4. Solo es un libro

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  • Dedicado a Angie Gabriela Perez Guillermo
                                    

Uno de los mejores momentos del día era cuando disfrutaba de la cálida sombra de aquel gran y viejo árbol, veía el cielo, las nubes, las aves volar, eran tan libres y hermosas, tenían el control de su vida, de lo que hacían y pensaban, perfectamente libre, una palabra la cual no escuchaba hace micho.

Ya se hacía tarde así que me despedí de mi perfecto paisaje para dirigirme a mi casa, lentamente guardé mis cosas en mi mochila y caminé en dirección a mi hogar; entonces hubo algo que me llamó la atención, estaba delicadamente dejado encima de una banca en el inmenso parque, era negro, sin ningún rastro de color, ni marcas ni nada, precisamente inmaculado, sus bordes redondeados y la pasta sumamente gruesa. Lo tomé entre mis manos, estas estaban heladas por culpa de la viento que corría; por un instante temblé, más bien fue una reacción de mi cuerpo que no puedo explicar, tal vez no en ese momento; después comprendería de que fue en ese instante lo peor que me pudo pasar; sí, tomar ese libro y llevármelo por pura curiosidad, fue lo peor que pude hacer.

Llegué a mi casa, guardé mis cosas y me dirigí a mi habitación aún con el libro en mis manos, sin abrirlo lo dejé en mi escritorio. Tomé mi celular y me puse a escuchar algo de música, pero los pensamientos en mi cabeza no dejaban de atormentarme. Ya sé que está mal llevarse algo que no es suyo, alguien fácilmente pudo haberlo dejado allí, lo olvidaron y yo que sé mil cosas más; pero no, sentía que ese libro había sido diseñado para mí y solo para mí, que me pertenecía, que tonto ¿verdad?

Me reí de mi misma y de mis pensamientos; seguí haciendo mis deberes, tarareando mi canción favorita "I love you. Standing all alone in a black coat. I miss you. I'm going back home to the West Coast..."

Perdida en lo que hacía por un instante no me percaté de que mi teléfono había empezado a sonar, le di una mirada para ver de quién se trataba, este era un número desconocido hacia que no le di importancia y lo dejé sonar; seguí con mis cosas cuando el celular volvió a sonar, ese número era insistente así que decidí terminar con esto. Tomé el aparatito y apreté el botón de contestar. "Aló, ¿Aló?" decía pero nadie contestaba, sonaba como si se estuviese yendo la señal, cómo si algo estuviera interrumpiendo, "¿Aló? ¿Aló?" continué pero esta vez más fuerte, nadie respondía así que corté y dejé mi celular lo más lejos posible, ya no quería más interrupciones.

Unos minutos después empecé a tener más frío y el aire corría con más fuerza; me levanté para cerrar la ventana la cual dejaba entrar demasiado el viento; cuando regresé a mi escritorio había algo que me llamó mi atención, el libro negro estaba más cerca de mi lugar de trabajo, extrañada por lo que pasó me senté y seguí con lo que hacía. Lo del libro me había causado mucha duda y eso no me dejaba tranquila; mi corazón empezó a palpitar más rápido, mis manos se sentían frías, y empecé a toser. La ventana esta nuevamente abierta.

Ya con cierta inseguridad la vuelvo a cerrar, camino lentamente con la sensación de que alguien me vigila; sacudí mi cabeza sacando esos pensamientos y calmar a mi corazón acelerado, empecé a sudar frío y mis manos temblaban.

Traté de salir de mi cuarto pero la puerta se cerró en mi cara. Con desesperación trato de abrirla pero es inútil, esta no se abría, golpeaba y golpeaba.

«Todo debe de tener una explicación» me lo repetía una y otra vez como las personas que se envuelven y se mesen para calmarse cuando saben que no se calmarán.

Respiré profundo, busqué mi celular, llamar a alguien y abriera la puerta. Nadie contestaba, mi madre había salido con el bebé a hacer unas compras, mi padre trabajaba y Paloma, mi hermana, estaba ensayando para su recital dentro de unos meses.

Me quedé a esperar a que alguien apareciera y abriera la maldita puerta, igualmente me iba a quedar toda la tarde allí haciendo la tarea. Volví a sentarme en mi escritorio, mi vista se detuvo justo donde el libro descansaba plácidamente frente a mí, junto donde estaba mi espacio de trabajo. Podía jurar que aquel libro lo había dejado más lejos, donde no pudiera pensar en él. Sí, mi curiosidad era enorme, ¿Qué era lo que me impedía verlo, abrirlo? ¿Miedo? Claro que no ¿A qué podría tenerle miedo?

El Libro de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora