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Zoe•

Suena el despertador con ese sonido irritante que dan ganas de estrellarlo contra la pared, doy un extenso bostezo mientras froto mis ojos, corriendo un poco la cortina para confirmar a través de la ventana mis sospechas; era un maldito hermoso día.

Las vacaciones habían terminado y debía prepararme para lo que sería el último año de secundaria, bufando de fastidio al no encontrarme en las condiciones correctas para el primer día de clases.

Pero habíamos decidido darnos una despedida como creíamos merecernos, yendo a fiestas y encuentros desde el último día de clases hasta un día antes del primero, justificando cada acción que ponía en peligro nuestra vida y nuestra integridad con la frase “Es nuestro último año juntos”.

Me gustaría decir que recordaba con lujo de detalles todas y cada una de las fiestas y reuniones a las cuales había hecho acto de presencia, pero me la había pasado ebria la mayor parte del tiempo. Por lo tanto sólo venían pequeños destellos de tragos yendo y viniendo, diferentes tipos de música ambientando el lugar, esquinas y muros adornados de parejas besándose con intensidad y uno que otro vomitando en los floreros.

Recordaba lo suficiente, pero no tanto como hubiese querido. El año pasado fue un completo asco y no sólo en cuanto a la escuela se refiere, las cosas en casa eran un completo caos debido a las interminables amenazas de divorciarse de mis padres.

Por alguna extraña razón que desconozco eso no sucedió, pero la relación entre ellos tan fría como un iceberg al punto que ese clima de tensión y vibras negativas se sentían en todo momento. Y eso me afectaba.

Y como toda adolescente promedio, en lugar de proponer una charla y aclarar problemas de adultos los cuales ellos se habían encargado de mentalizarme que “nada tenía que ver conmigo”, decidí huir de mis problemas y ahogarlos bebiendo cualquier contenido que tuviera alcohol para sacarme de mi asquerosa realidad.

Por lo tanto no perdía ocasión de ir a cuanto evento me invitasen, aún cuando esas invitaciones venían de aquellos compañeros que me caían mal desde el primer año.

Todo era una buena excusa con tal de irme de mi casa por horas, perdiéndome en la noche entre tragos, amigos, bailes, besando o follando con desconocidos. Volviendo a mi desastroso hogar cuando el sol quemaba, lo suficientemente ebria y cansada para no tener que soportar a mis padres e irme a dormir directamente.

Pero esas “maravillosas” vacaciones había terminado, y era momento de volver por última vez a la rutina de todos los años.

Cambiar los outfits por el uniforme, los vasos y botellas por libros y cuadernos, los nombres de chicos con los que me había acostado por próceres, fracciones y cosas que seguramente jamás utilizaré en la vida.

Al menos hasta que alguien decidiera exponer su casa a una desastroza fiesta de fin de semana.

Luego de darme una ducha que lograra quitarme esta resaca de encima, vestirme con el uniforme y guardar todo lo necesario dentro de mí mochila, bajé las escaleras con esta última colgada en los hombros hasta el comedor a desayunar en busca de empezar mi primer día y mi mañana de la mejor manera.

Lo primero que veo al bajar es la típica escena de siempre; mi padre en un punta de la mesa con su diario en mano apenas tocando su plato, y mi madre en la otra distraída con su celular texteando con quién sabe quién. Ambos evitando cualquier tipo de charla o contacto visual.

Obsession | Park Jimin |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora