Epílogo

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A Taehyung le gustaba sacarle fotos a su novio con la Polaroid que le había regalado Yoongi por su vigésimo tercer cumpleaños. Había veces que lo miraba y quería atesorar esa imagen para siempre. Y ya podían estar metidos en la bañera, entre la espuma, que él salía a buscar su cámara para inmortalizarle. Había tantos momentos que quería guardar para siempre...La cotidianidad de su romance no lo hacía aburrido en absoluto, porque los dos sabían recolectar los instantes como si fueran eternas gotas de rocío.

Y Jungkook dibujaba a Taehyung, del natural y de memoria, y sonreía al encontrar las instantáneas de su chico sobre la mesilla de noche cuando despertaba. Había fotografías del atardecer frente al cual se habían besado el día anterior, de Yoongi y Hoseok dormidos sobre el sofá, de Jungkook columpiándose en el parque como si fuera el niño feliz que nunca había tenido la oportunidad de ser durante la infancia...Todas tenían los bordes blancos garabateados y llenos de letras incomprensibles que solo Jungkook comprendía. 

Jungkook sabía que una de las razones de Tae para sacar tantas fotos no era simplemente que las imágenes que le conmovieran. También había en aquella costumbre cierto miedo a lo efímero que él compartía. Era por si se perdían el uno al otro de nuevo, por el motivo que fuera. Él también se despertaba temiendo aquello de vez en cuando, pero sabía que, siendo realistas, las probabilidades de que Tae lo abandonara eran casi nulas, inexistentes. Y él tampoco se iría. No estaban casados pero tendían a pensar que no era necesario aquel sacramento para que la muerte fuese lo único capaz de separar sus almas.

Habían pasado casi dos años desde la primera mañana en que Taehyung se despertó y miró a Jungkook sonriéndole al otro lado de la cama, sabiendo que que no volvería a irse. Su visión no había vuelto a ser tan buena como antes del accidente, pero le bastaba. Todo seguía igual, pero nada era aburrido y monótono. Porque cuando se decía que todo seguía igual a lo que se refería era a que, cada día, lo quería un poco más, y estaba seguro de que era algo completamente mutuo.

Jungkook también se alegraba de encontrar aquellos ojos grandes y bellos perdidos en su ser cada amanecer. Se alegraba de tener los amigos que tenía y de tenerle a él. Los había tenido durante mucho tiempo, y no le habían bastado para querer vivir. Pero ahora le bastaban, porque él mismo se bastaba. Por primera vez casi desde que era un niño, se sentía suficiente. Más que suficiente, de hecho. Jungkook se sentía valioso, se sabía valioso e importante.

El ser humano comete a menudo el error de pensar que, si tan solo pudiese tener lo que anhela, con eso sería feliz. Posesiones materiales, amor, amistad, aceptación...Nada de eso, por muy importante que sea o pueda parecer, basta para ser feliz a alguien que no ha hecho las paces con su pasado y consigo mismo. Jungkook se había odiado a sí mismo a través de ojos y maltratos ajenos. Habían sido los ojos de un ciego los que le habían hecho verse con claridad por primera vez, y también los de una chica que lo había amado hacía años.

Y estar enamorado de Taehyung de aquel modo era tener la libertad de volar pero también la certeza de que, sí caía por acercarse demasiado al sol, tendría quién lo sostuviera. Y el miedo podía ser rídiculo, irracional, inexplicable, pero lo hacía todo más real, casi más hermoso.

El amor correcto te cambiaba, te hacía flotar y también pisar con seguridad allí por donde ibas. Te cambiaba sin hacerte perder tu individualidad. Era algo que Jungkook le había escuchado decir a Min Yoongi, que, definitivamente, había cambiado mucho desde que salía con Jung Hoseok, aunque tampoco había perdido su esencia o su alma poética. Yoongi veía y sentía en blanco y negro, pero su corazón estaba sembrado de colores. Y en eso, Hobi había marcado la diferencia. Así sería, así seguiría siendo, incluso si, después de amarle a él, Yoongi escogía a alguien más.

YOUR EYES TELL (JJK+KTH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora