*ESPECIAL (2/2): Jimin*

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Nadie conserva su ser con un alma pura, pero cada día sonríe para iluminar y seguir su camino.

Eso hacía Jimin. 

A sus cortos dieciséis años había pasado por mucho, estaba soportando tanto, demasiado, que hasta se podía creer que nadie más soportaría una carga como esa más que él. Pero ¿Quiénes somos para decir eso? ¿Por qué tenemos que comparar problemas con otros, personas con otras y momentos con otros? ¿Por qué? No parece justo ¿Cierto? El dolor propio era solamente tuyo y el dolor ajeno era solamente del ajeno. Jimin a muy corta edad había aprendido eso, y no se alegraba porque había vidas peores que la de él y que podía estar sufriendo más, no. Jimin no sonreía por los problemas ajenos, él sonreía para él mismo, porque así iba a poder seguir adelante y ayudar a otros a hacer lo mismo

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-Buenos días –Saludó el señor Park a las mujeres de servicio, quienes le devolvieron el saludo con un leve movimiento de cabeza. Su esposa estaba desayunando en el comedor, gustando de su café y disfrutando de unos sencillos panes tostados con mermelada. Se acercó a ella y la observó hacer el crucigrama del periódico. Cómo todas las mañanas- ¿Dónde está Jimin?

-Dormido –Respondió ella, sin despegar la vista de su deber- Aun es muy temprano.

-¿Te parece temprano? Son las seis de la mañana. A esta hora ese niño tiene que estar levantado, desayunado y listo para irse al liceo –Sejin terminó de arreglar su corbata y la acomodo decentemente dentro de su saco. Un fino y caro traje del cual se sentía muy orgulloso de vestir- ¿Y Rose?

-Está alistándose para desayunar.

-Claro, que diferencia a su flojo hermano... ¡Jimin! –el señor Park empezó su caminar hacías las escaleras, subiendo al segundo piso para dirigirse a la habitación de su hijo. La señora Park rodó los ojos, acariciándose el puente de su nariz, no logrando entender nunca porque su esposo tenía que ser tan escandaloso algunas mañanas. Por no decir todas.

Sejin ni siquiera tocó la puerta para entrar, era el dueño y la autoridad en esa casa, no sentía que tenía que pedir permiso para hacer nada. Abrió la habitación de su hijo y no se sintió feliz de verlo aun siendo un bulto entre las sabanas, tapado de pies a cabeza. No observó a su alrededor para admirar lo bien ordenado que era Jimin, no se sorprendió por lo limpio que estaba su cuarto, sólo se acercó a su cama y lo destapó de mala manera, haciéndolo rebotar la cabeza en el colchón.

Jimin apenas intentaba abrir los ojos. Su padre había abierto las ventanas con el control automático y eso no le facilito que pudiera recuperar su visión.

-Hazme el favor de pararte de esa maldita cama. Todos estamos listos para desayunar y tú sigues aquí babeando la almohada. Alístate –Sejin tiró el control sobre las sabanas y salió de su habitación dando un fuerte portazo. Jimin frotó sus ojos, botando un perezoso suspiro que terminó por llevarse el poco sueño que tenía en su cuerpo. Miró a su alrededor y se percató de quien era, donde vivía y que hacía para mantenerse. De nuevo, una combinación de miedo, pereza, molestia y dolor contaminaron su mecanismo.

Que sencillo seria morir y pedirle a Dios otra vida, una más feliz y tranquila, donde no tenga que recibir golpes por ser una decepción y que su madre biológica se mantuviera con vida. Que se quedara con él para que lo amara.

Amor de padres, Jimin no sabía que sentimientos eran esos.

Terminó de descubrirse de las sabanas y caminó hasta la puerta de su habitación para salir y bajar a desayunar. Si entraba al baño para cepillarse o tardaba más de lo debido, su padre volvería a subir y no de una manera muy linda lo haría bajar a punta de golpes.

El director JeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora