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El corazón de Joaquin se había llenado de gratitud. 

Emilio le dedicó una sonrisa, aún ruborizado, antes de soltar el abrazo, miró hacia la mano del omega, tomándola para alzarla frente a su rostro, viendo la piel rojiza y algo hinchada de esta. 

— Te quemaste con el ramen— dijo, y Joaquín pareció avergonzarse.  Emilio lo soltó para abrir uno de los cajones de la cocina, dejando ver algunas cajas de medicamentos y otras más pequeñas con algunas cremas, leyó algunas cajas hasta encontrar la que buscaba, cerrando el cajón con el pie al pararse. 

— Toma, es para quemaduras— dijo, dándole la cajita a Joaquin.  Tomó ambos tazones de ramen y los llevó a la mesa, agradeció a Joaquin por la comida, el omega respondió con una sonrisa mientras se masajeaba la mano con un poco de crema, para que se absorbiera bien. 

Comieron en silencio hasta terminar todo lo que tenían servido, Emilio volvió a llenar el cuenco con más comida por lo rico que estaba.  Joaquin esperó en silencio a que Emilio terminara su comida, y se levantó con intención de sacar los platos y lavarlos, pero el mayor lo corrió con algo de brusquedad. 

— No hagas nada, Joaquin, con que cocinaras es suficiente— dijo Emilio, pasando lo que habían usado al lavamanos de la cocina, abriendo el grifo. 
Joaquín sólo asintió, y volvió a sentarse en la mesa, viendo a Emilio, de espaldas a él. 

Al pelinegro le parecían preocupante la actitud que había adoptado Joaquin en tan pocos minutos, el cómo se había puesto sensible y había insistido en irse, cuando días antes casi rogaba por quedarse, su lobo estaba inquieto en su interior, quien también quería saber por el cambio brusco del omega. 

— Creo que lo mejor será irme en la noche. 

Las palabras habían sonado tan distantes, con tan pocas ganas y sentimientos, casi monótonas.  A Emilio se le cayó el cuenco que estaba lavando haciendo un ruido fuerte contra el metal del lavamanos al chocar, y salpicando un poco su ropa. 

— ¿Hyung? ¿Está bien? 

Emilio no pudo hablar, su vista se nubló un poco, apretando los dientes, se giró, acercándose a Joaquin, inclinándose sobre él y quedando a pocos centímetros del rostro del omega. 

—No. 

Su voz había salido de lo más hondo de su pecho, en un tono que hacía mucho tiempo no usaba y creía perdido.  Casi pudo ver al lobo de Joaquin bajar las orejas con algo de miedo ante su voz de alfa.  Emilio negó, despejando su vista, no era la forma correcta de hacerlo, debía hablar de forma civilizada con Joaquin. 

— Mira, Joaquin... Sé que vas a irte, pero no tiene que ser hoy— dijo su voz sonaba calmada, lo que relajó un poco a Joaquin —, tampoco tiene que ser mañana, en serio, sólo... Quédate un poco más, quizás hasta que termine tu celo. Yo... Tampoco quiero que andes como un omega en celo por la calle, abandonado por allí, con ese olor tan lindo que tienes nadie podría resistirse, no quiero imaginar qué harían otros...— sin darse cuenta, había llevado una mano al rostro de Joaquin, y acariciaba su mejilla con ternura, el omega de inclinó un poco más al tacto.  Joaquin asintió. 

— Está bien, Emilio hyung— dijo—. Me iré cuando mi celo termine.  A Emilio le dolió un poco el corazón ante eso, pero al menos podría tener a Joaquin unos días más.  Volvió a terminar de lavar las cosas. 

— Y, dime, Joaquin, ¿Cómo son tus celos? 

Emilio sabía que generalmente el celo de los omegas duraba un par de días, en la cual su olor se incrementaba considerablemente, sumado a las molestias de sus órganos reproductores; y tendrían una necesidad casi insaciable de sexo, por su instinto de lobo de reproducirse.  Aunque podía ver que Joaquin controlaba bastante bien el tema del sexo, porque hasta ahora, no había notado que el chico pidiera consolarse.  Emilio nunca había acompañado a un omega en celo, pero su madre le había explicado bastante bien las cosas.  Su madre, a pesar de ser una beta, tenía muchas amigas omegas, y conocía tan bien como ellas mismas el tema de los celos, y no se había molestado cuando Emilio le pidió que le dijera cómo eran. 

Delta/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora