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El sábado continuó con tranquilidad, con ambos sentados en la cama todo el día, hablando para conocerse mejor.

Emilio se sentía mucho más confiado y abierto hacia Joaquin, el omega ya había escuchado su mayor secreto, no había nada que fuera peor, así que no se contuvo en contarle otras cosas.

Joaquin, por su parte, tampoco se había quedado atrás con sus anécdotas más personales. Le había contado a Emilio que, para el resto de la familia Bondoni, Joaquin era una decepción, casi un error. Haber nacido hombre y haberse presentado como omega era su gran error. Su familia no lo aceptaba, no lo trataban mal, pero si de forma distante, y no lo consentían tanto como a sus hermanos, quienes tampoco eran malos con él, sino era más bien su madrastra (también alfa), quién presumía todos sus logros por ellos, y nunca se ahorraba la frase de "por ser un alfa exitoso".

Y él sólo era un omega.

Por eso pasaba todo el tiempo con su abuelita, madre de su madre biológica, quién tenía su casa en el mismo terreno que su familia, aunque bastante alejado de aquella mansión por el amplio patio trasero, en una parte con más árboles, plantas y pasto descuidado.

Su abuelita era la persona más dulce del mundo, y Emilio pensó que debía ser de ella de donde Joaquin había heredado toda esa misma dulzura. Ella le había enseñado un montón de cosas de la naturaleza, además de cosas de cocina y cómo tejer, bordar o coser, alegando que eran cosas que "todo buen omega debía saber".

Joaquin no había ido a la escuela, siempre fue educado en casa por una chica beta, quién amaba tanto a su abuelita como él, ya que siempre estudiaban en la casa de la mujer mayor.

— Mí abuelita es la única persona que extraño, y me preocupa que esté mal por mí— dijo el omega—, aunque ella sabía que iba tras mí alfa, así que debe saber que estoy bien-— sonrió de lado, mirando a Emilio. El azabache no supo bien qué decir ante eso, así que sólo se quedó callado.

— Ella me enseñó el secreto de ser cambiaformas— añadió, bajando la cabeza hacia sus manos. Emilio lo miró con curiosidad y atención.

— No es genético, como dicen mis padres o las otras personas...

>> Cambiar a tu forma animal implica una conexión con tu lobo interior tan fuerte que son uno mismo, ambos funcionan al mismo tiempo y al cambiar de forma sólo... Dejas salir la imagen de tu lobo al exterior.

>> Es algo que se fue perdiendo de a poco, cada vez las personas son más humanos e ignoran sus instintos, dejan de lado a su lobo porque se considera primitivo.

>> Además, la falta de contacto con la naturaleza, el ser tan dependientes de la tecnología hace que nos apartemos de nuestra parte animal.

Emilio estaba un poco sorprendido. Vió el mohín en el labio de Joaquín.

— Por eso no importa qué tan alfa sea quién me marque— continuó Joaquín, su expresión era casi melancólica—, mis hijos saldrán tan normales y tan idiotas como los que quieren emparejarme si los crían como a los demás.

Emilio asintió, en silencio, no fue necesario preguntarle para saber que Joaquin había intentado decirle eso mismo a sus padres, pero no lo habrían escuchado. Con el hecho de tratarlo de menos por ser omega sabía qué clase de personas serían.

— ¿Tu abuelita también es una cambiaformas?

Joaquín lo pensó un momento.

— Sí, pero desde que el abuelito la dejó no pudo volver a cambiar— dijo—. Creo que a su lobo le pasa algo parecido a lo que le ocurre al tuyo, siente miedo y vergüenza de salir al exterior. Emilio ladeó un poco la cabeza.

Delta/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora