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Para cuando la pareja despertó, era mediodía, y el olor a comida llegaba hasta la cama que compartían. 

La abuela había cocinado suficiente para un ejército, aunque sólo serían tres los que deberían terminar toda la comida. 

Asher no llegó sino hasta que ya habían casi terminado el primer plato, cargando una bolsa de plástico, dió un suspiro cansado, dejando su abrigo sobre el sillón antes de acercarse a la mesa. 

— ¿Dónde estabas? — preguntó Emilio, cuando el pelirrojo se acercó hacia la cocina-comedor, para ver las ollas de comida. 

— Tu amigo me debía un celular— respondió, sonrió cuando la abuela le pasó un plato con generosa cantidad de arroz frito con kimchi.  Emilio rodó los ojos cuando entendió que su "amigo" era Anderson.

— Pero me tardé más en buscar uno para tí— dijo Asher, comenzando a comer. 

— ¿Me compraste un celular?  El pelirrojo asintió, saboreando la comida con gusto. 

— Pero no se pueden tener los celulares en la mesa, come y después te lo muestro— su hermano sonrió con burla.  Emilio frunció el ceño. 

— No me des órdenes como si fueras el mayor. 

— No empiecen sus peleas de hermanos por los años que no se vieron ahora— interrumpió Joaquín. 

— Hazle caso a tu señora— dijo el pelirrojo con una risita, ganándose una mirada fulminante por parte de Emilio y Joaquín. 

— El que come en silencio come dos veces— dijo la abuela, los demás entendieron la indirecta y se callaron, terminando su comida. 

Se irían ese mismo día a Daegu, y por más que ofrecieron repetidas veces a la señora de ir con ellos, ella se negó. 

Se despidió con el mismo cariño con que los había recibido, y agitó su mano en el aire hasta que el auto no pudo verse más entre los árboles. 

Diferente a la noche anterior, la entrada al terreno de los Bondoni estaba cubierta de reporteros, paparazzi y gente curiosa, obligando a Asher a bajar la velocidad para pasar entre ellos, aguantando las ganas de pisar el acelerador con cada golpe que recibían sus vidrios polarizados. 

Con la pareja sentada en los asientos traseros, Joaquín permaneció con una mueca molesta en el rostro, y Emilio sintió lo que casi parecía odio a la muchedumbre. 

El viaje hacia Daegu fue tan tranquilo que la pareja terminó durmiendose, con Joaquín apoyando su cabeza sobre el hombro de Emilio, y este acomodando la propia sobre la de su omega.  Asher los miró con una sonrisa tierna todo el camino, y al llegar a su destino, no pudo evitar tomar una foto antes de despertarlos. 

Al ver el auto frente a la casa, varias personas lo reconocieron, aunque no todas sabían lo que significaba. 

— Emi, ya estamos en casa— murmuró, moviendo su brazo hasta que el azabache despertó, al mismo tiempo que Joaquín. 

Emilio miró por la ventana al exterior, una sonrisa cansada se plantó en sus labios, destrabando la puerta.  Escuchó aplausos, quiso reír y llorar al mismo tiempo.  Su padre se acercó a él, con pasó apresurado, abrazándolo con fuerza.  Emilio sintió el agradable y a la vez fuerte aroma a bosque y tabaco de su padre, apenas entendió las palabras bonitas que le dedicó.  El hombre tampoco podía hablar claramente, ahorrando sus lágrimas en sus ojos. 

— ¡Emilio ! 

El nombrado miró sobre el hombro de su padre, hacia la mujer que venía corriendo hacia donde estaba, su corazón se encogió un poco, viendo a quien recordaba con su pelo pulcramente peinado y completamente lacio, siempre vestida de forma elegante pero casual, ahora con el cabello más largo y de tono gris, despeinada y con lo que parecía un pijama.  Su madre había cambiado mucho en poco tiempo.  El hombre lo soltó y el corrió hacia la beta que le dió la vida, a pesar que sintió el olor a humo de cigarrillo antes de que su encontrarán en un emotivo abrazo. 

Su madre lo abrazaba con fuerza, preguntándo si era real, descargando mares de lágrimas.  Emilio notó las piernas de su madre temblar, al igual que todo su cuerpo, los sollozos de la mujer le partieron el alma, y fue cuando realmente comprendió las palabras de Asher de hacía unos días, de si era mejor creerlo muerto antes de ser una vergüenza. 

— Es real, mamá— murmuró, con la voz rota de las lágrimas.  Escuchó la risa de la mujer, entre sollozos.  Su madre se separó un poco para llenar de besos su rostro, apretando sus mejillas un poco, haciéndolo reír.  Emilio sintió un tirón en su remera, volteando para ver a Joaquín, que se frotaba las lágrimas de sus ojos, con una leve sonrisa.  Emilio se sorprendió un poco, tomando su rostro y limpiando sus húmedas mejillas. 

— Cachorro, ¿Qué pasa? 

Joaquín rió un poco. 

— Estoy llorando por tus emociones.  Emilio sonrió un poco, rodeando a Joaquín con un brazo, hizo un ademán hacia su madre. 

— Hola, de nuevo— dijo el omega, e hizo una reverencia hacia la señora.  Dejando de lado cualquier formalismo, la mujer lo abrazó, sin dejar de sonreír. 

Sintió el aroma de su padre antes de que este colocara una mano sobre su hombro, invitándolos a entrar, donde más gente (desde empleados, hasta familiares, que habían esperado su llegada desde que Asher había llamada para decir que lo había encontrado). 

Tanto Emilio como Joaquín se sintieron abrumados ante tantas miradas, al punto en que el omega se había pegado al más rubio, sin soltar su brazo.  La gente tardó un momento en darse cuenta de la incomodidad de ambos, y una empleada los guió hasta el cuarto de Emilio, que estaba tal y como lo había dejado años atrás, permitiéndoles un poco de paz.  Abrazados sobre la cama, calmandose con el aroma del otro, olvidando la mezcla de olores de tantas personas, ambos se sonrieron.  Emilio acarició el rostro de Joaquín, dejando un tierno beso en su nariz. 

— Gracias por hacer que vuelva— murmuró. 

Joaquín tardó un momento en entender.  De no ser por él, emilio no hubiera recuperado su lobo, y seguiría con su vida de falso beta, lejos de su hogar y su familia. 

— Gracias por adoptar un perrito mugriento— Joaquín rió, haciendo que Emilio lo haga también. 

— Eres lindo incluso como un pulgoso. 

— ¡No tengo pulgas! — se quejó, haciendo que su voz se volviera más aguda. 

Emilio no pudo evitar reír, lo abrazó más fuerte, al punto en que el omega soltó un quejido.  Las manos del alfa fueron hacia el vientre de Joaquín , sonriendo tiernamente.  Sus miradas se encontraron, llenando al otro con cariño, Joaquín sintió seguridad, y su corazón aleteo por la emoción de Emilio. 

— Gracias por esto— murmuró el azabche, refiriéndose no sólo hacia el cachorro que Joaquín llevaba, sino también a su relación, y ese ambiente de cariño que ambos podían crear. 

Joaquín sonrió, y eliminó la distancia para besar a Emilio con lentitud, siendo correspondido al instante, en un lento y tierno baile de labios y lenguas. 

No dijeron nada más, no lo sentía necesario, podían sentir la gratitud del otro en sus pechos, y sólo continuaron abrazados para dormir, en paz, con una sonrisa en los labios.

Delta/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora