El casoplón del diablo - III

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Cayó por fin la noche. Había sido un día de descanso, de barbacoa y piscina, de hacer comentarios sobre el conjunto veraniego del jefe, y de pasar un buen día, lejos del mundillo de la mafia.

Luego de una portentosa cena, algunos comensales habían regresado a sus casas, y otros se encontraban aún en el chalet. Entre estos últimos se hallaban, cómo no, Cioccolata y Secco, los cuales estaban empezando a acostumbrarse demasiado al hogar veraniego de Diavolo, para el desagrado de éste.

Secco en particular se estaba quedando dormido en el balancín, así que Cioccolata se sentó a su lado para espabilarle un poco.

"¿Lo has pasado bien, Secco?"

Secco bostezó a la par que asintió, indicando que el sueño estaba empezando a afectarle de más. Cioccolata sonrió al verle bostezar con tal fuerza, percibiendo esa acción como algo encantador, y le acarició la cabeza.

"Sí, sí..."

"Me alegra oír eso. Necesitábamos un descanso como este, ¿no te parece?"

"Verdad."

Entonces Cioccolata recordó lo que Tiziano le dijo acerca de los sentimientos de Secco, y decidió preguntarle algo que no recordaba haberle interrogado con anterioridad.

"Cómo... ¿Cómo te sentiste hoy?"

"¿Hoy? Pues... Pues bien. He estado más relajado, y... Y lo he pasado bien en la piscina. Ha sido un buen día. ¿Por qué preguntas?"

"¿Yo? Por nada, no te preocupes."

Cioccolata suspiró.

No soportaba mostrar su lado más humano, más sentimental y cercano a la realidad, ese lado más cálido que aún yacía dentro suyo y que había jurado mantener oculto. Cioccolata veía esa cara oculta de su ser como una debilidad que podría ser aprovechada con suma facilidad.

Pero si iba querer acercarse más a Secco, iba a tener que forzarse a ser más humano, por mucho que le doliese.

"Es que, no sé... Hoy has estado como distraído... Pensé que te ibas a meter más con el jefe pero no os habéis peleado mucho."

"No te preocupes por eso. Es que no me apetecía tocarle las pelotas con mi tabarra de siempre. Sabes que el jefe siempre anda muy ocupado, y bastante tiene ya con verme la cara. Me apetecía dejarle respirar un poco."

"Comprendo... Pero, ¿sabes?"

"Dime."

"Cioccolata, a mí me gusta escucharte mientras hablas... Siempre tienes cosas muy interesantes que decir."

Y si Cioccolata quería conquistar a Secco, tenía que empezar a familiarizarse con su lado humano.

Con el suyo propio y con el de su súbdito.

"¿De verdad piensas eso, Secco?"

"¡Sí, sí, de verdad! Cuando te conocí en el hospital, siempre ibas hablando de cosas tipo psicología, y de anatomía y rollos médicos. Y, bueno, yo no sabía mucho sobre eso, p-pero me gustaba oírte."

"Me alegra muchísimo que digas eso, Secco. De verdad de la buena. Poca gente se atreve a escuchar sobre mis ideas y mi psicología personal, y me alegra bastante que tú seas una de esas personas."

"Creo que, que es por eso por lo que decidí ir contigo... Porque eras muy interesante, y listo, y tenías toda tu vida organizada... Y porque no tenía muchos sitios a los que ir."

"Secco, recuerdo que una vez me dijiste que me admirabas. ¿Puedes recordarlo?"

"Eso no recuerdo habértelo dicho... Te admiro, eso sí, pero no sé si llegué a decírtelo... Mi memoria está fatal."

"Pues yo lo recuerdo de alguna parte, pero puede que sea una farsa que mi subconsciente se ha inventado. No te preocupes."

Cioccolata y Secco siguieron hablando de memeces suyas hasta que Diavolo tuvo que ir con la escoba a echarlos de su propiedad, ya a horas tardías de la noche, para que se volviesen a su puta casa.

Ya en su hogar, Cioccolata puso a Secco a dormir y se acostó luego, quedándose dormido según iba pensando en la palabrería de Tiziano.

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora