Cintas de vídeo - IV

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El doctor se hallaba trabajando en su oficina, analizando unos datos que le había pasado el jefe sobre un posible grupo de traidores al que seguramente eliminarían Squalo y Tiziano. Su jefe apenas le daba misiones que cumplir; él y Secco eran un último recurso, que sólo debía ser utilizado en casos de emergencia.

Cioccolata lo entendía. Eran demasiado peligrosos como para mandarlos a misiones a lo bonzo, y si llegaban a acudir a una misión, debían ser vigilados para no dejar más desperfectos de los previstos.

El doctor en especial tenía que ser vigilado. Era incapaz de usar a su Stand, ya que su naturaleza sádica le empujaba a dejar más víctimas de las necesarias, y las interrogaciones con él solían ser fallidas, acabando con la vida de su objetivo antes de poder sacarle respuestas.

El que Cioccolata hubiese acabado en Passione no había sido coincidencia. Diavolo había tenido claro desde un principio que alguien como él sería demasiado peligroso trabajando para otras mafias, y dejarlo trabajar en solitario sería una ida de olla como ninguna otra.

A Cioccolata le aburría en cierto modo. Sus opciones en Passione eran muy limitadas, y Diavolo lo tenía vigilado a todas horas para que no se descontrolase. Podía contar las misiones a las que había sido enviado con una mano. Se había esperado algo más frenético viniendo de una mafia.

Realmente todo lo que quería hacer era colarse dentro de una residencia de ancianos y desenvolverse como mejor podía, experimentando y grabando películas sin descanso. Así hasta quedarse cómodo, o hasta que no hubiera más ancianos a los que cargarse.

Cioccolata se echó atrás en el asiento, y se puso a esperar otra vez.

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora