Tirando la basura - III

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Pasaron los días, y después las semanas. Secco se recuperaba progresivamente, pero su estado mental seguía sin cundir. Aún tenía demasiadas preguntas por la cabeza, la gran mayoría de ellas sin responder, y todavía no había visitado a Cioccolata para saber la respuesta a ellas.

Aunque todo cambiaba ese día. Los doctores, viendo que había mejorado más de lo esperado, le dieron luz verde para que empezase a salir de su cuarto y a ver un poco el hospital, apoyándose en un par de muletas para poder avanzar.

Lo primero que hizo Secco al salir de su cuarto fue preguntar dónde se hallaba la habitación de Cioccolata. Una de las enfermeras le mostró el camino felizmente, sin saber todo el peso mental que el pobre Secco llevaba encima suya, ni notar lo nerviosísimo que se encontraba por ver a su amo de nuevo.

Y, nada más pisar la habitación de su amo, Secco tragó saliva, preparándose para lo peor.

"Secco... Me alegra que hayas venido."

Secco se encontró a Cioccolata postrado en la cama, con todo tipo de vías y canales conectados a su cuerpo, la cabeza vendada y falto del brazo izquierdo. Era una situación tan delicada que uno podía fácilmente asumir que aquel hombre se había rozado con la Muerte misma.

Cioccolata le sonrió al verle entrar. Su situación había sido incluso más extrema que la de Secco, si algo así podía ser concebido, y el que hubiese sobrevivido podía ser sólo producto de la suerte más pura. Los doctores que habían operado en él se habían hecho a la idea de que no iba a lograr vivir.

"Colócate en el sillón de ahí, estarás más cómodo."

Cómo no, Secco obedeció sus palabras, lentamente reposando sobre un sillón cercano a la camilla. Aún sabiendo que su amo seguía vivo, no sabía si podía alegrarse del todo, ya que el miedo a perderle le había sumido durante sus primeros días hospitalizado.

"Si te digo la verdad... Cuando te encontré dentro del camión, caído entre todas las bolsas y cajas, sin apenas poder respirar... Estaba horrorizado. Pensé que iba a perderte."

A Secco le reconfortó el saber que Cioccolata compartía ese mismo miedo con él. Aún así, se preguntaba si el sentir miedo contribuía a su fuerza o si, al contrario, alimentaba a su temor y debilidad internos.

Secco, sin embargo no iba a mantenerse callado por siempre. No podía seguir huyendo de aquellos temores. Tenía muchísimas cosas por preguntar y por aprender por parte de Cioccolata, y debía usar su fuerza para conquistar aquellos miedos.

"Cioccolata... Cuando estabas luchando contra Giorno, me dejaste un mensaje de voz... Y, y en ese mensaje, dijiste que yo, que... Que me querías. Que te gustaba."

El doctor giró la cabeza hacia él, evitando quejarse del dolor que le producía hacer el más mínimo movimiento, abrazando su fuerza mental con ardor.

"Eres muy importante para mí, Secco... De no ser por ti, quizás no estaríamos aquí. Conocerte cambió una parte de mi ser para mejor, y no me arrepiento de ello. Espero que sepas la respuesta."

Secco sintió cómo un fuerte nudo se formaba en su garganta, seguido de una presión importante contra su pecho. Bajó la cabeza, escudándose de sus sentimientos mixtos, reacio a aceptarlos, tratando de apartarse de su amo.

No es que no quisiera aceptarlo. Directamente, Secco no podía aceptarlo. Era incapaz de aceptar el que pudiera haber llegado a ser tan importante para alguien. Era incapaz de aceptar el que Cioccolata poseyera sentimientos tan humanos, y que éstos estuvieran dirigidos hacia él.

Secco tragó saliva. Se había quedado sin palabras. No tenía ni la más mínima idea de cómo responder a la confesión tan reciente de su amo.

"...¿No sabes qué decir? Te comprendo. Aún estás afectado por lo que acabas de pasar, y todavía no estás muy estable... Te cuesta encontrar las palabras adecuadas para expresarte. Sé cómo te sientes."

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora