Cariñitos al perro - I

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Cioccolata estaba loquísimo por Secco.

Nada de acobardarse ni fingir lo contrario. A Cioccolata le gustaba Secco tanto como envenenar abuelitas o abrir a sus pacientes en canal. Estaba muy pillado por su mascota, tanto que no sabía cómo expresarlo.

Ahí mismo yacía su problema: Cioccolata no sabía cómo decirle a Secco que le quería sin quedar en ridículo. No encontraba forma de decirle tan sólo un "te quiero" sin luego considerar hacer las maletas y marcharse a un pueblecito recóndito en Rusia, donde Secco fuese incapaz de verle tan atolondrado.

En cuanto a sentimientos de aquella índole, Cioccolata era una causa perdida. Podía darle vueltas todo el día, y seguiría sin encontrar respuesta alguna a su pregunta de por qué se sentía así hacia Secco. Sus neuronas trabajaban duro cada día, pero eran incapaces de hallar la respuesta.

Fue entonces cuando se le encendió la bombilla del todo. Se llevaría a Secco a una cita. Pero no una cita convencional, o una cita médica. Nada de eso.

Le diría a Secco de salir a dar una vuelta, nada especial, pero se mostraría más afectivo y cariñoso que de costumbre, dispuesto a llevarle a cualquier sitio adinerado y lujurioso de la ciudad y a gastarse cantidades atroces de dinero por él. Irían a comer al sitio que Secco le dijese, y pasarían el resto del día como a su asistente le apeteciese.

Era el plan perfecto. Ahora sólo tocaba ponerlo en marcha.

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora