Para siempre tú y yo - IV

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"Cioccolata, ¿es eso cierto de que nos vamos a Suiza?"

El doctor estuvo a punto de escupir el café al escuchar a Secco preguntar aquello.

"¿Qué dices ahora?"

Secco se acurrucó junto a él en el sofá, poniéndose en una postura extraña que parecía desafiar las leyes de la física.

"Tiziano dijo algo tipo, que nos vendría bien comenzar de cero... Y que nos fuésemos a Suiza."

"No nos vamos a ir a ninguna parte. Por ahora."

Luego de una buena comilona con sus antiguos compañeros de Passione, la pareja había decidido descansar en el plácido salón de su casa, viendo de fondo una de las cintas que habían grabado hace años en el hospital, tras haberse conocido.

"Me recuerda a, a lo que hice yo... Me mudé aquí porque quería hacer eso," dijo Secco, restregando la cabeza contra el brazo de su amo. "Quería algo tipo, tener control sobre mi vida y mi futuro, y madurar..."

"¿Y lo conseguiste?"

Secco se mostró dudoso, haciendo una mueca rara con la cara. "Bueno, te conocí a ti... Y acabamos en una mafia. Y luego en un camión de la basura."

Cioccolata carcajeó. "Vaya manera de decirlo. Entonces, ¿conocerme te cambió en algo?"

"Bueno, m-más que eso, fue conocerte, y que me despertases en mitad de una operación que no necesitaba. Y que me dejaras vivir, que me llevaras a grabar vídeos, que me hicieras tu asistente... Me cambió la vida, pero, no como yo quería que cambiase."

Cioccolata se mostró abstraído, enredando una de sus rastas alrededor de su dedo. "Pensándolo bien... Tú también me cambiaste la vida. Jamás pensé que dejaría que uno de mis pacientes viviese, ni que nuestra relación pudiera progresar hasta este punto."

Secco se mantuvo en silencio durante unos momentos. Un silencio amargo, incluso melancólico, durante el cual saboreó las palabras de Cioccolata hasta que dejaron una marca profunda en su mente. Pestañeó con delicadeza, buscando las palabras adecuadas para su siguiente pregunta, la cual sorprendería al doctor de más de una manera.

"Cioccolata, yo... ¿Yo qué soy para ti? ¿Un perro, un novio, un paciente más? ¿Qué soy exactamente?"

"Ya te lo tengo dicho, Secco. Eres... Eres algo único para mí. Antes sólo eras un perro, un muñeco de trapo, un conejillo de indias. Antes, para mí, apenas eras un cámara, y una mascota. Pero ahora... No sabría cómo describirlo. Me faltan las palabras para decir lo que significas para mí."

Secco no pudo evitar sonreír ante sus palabras, sus dientes torcidos mostrándose al mundo, sintiéndose cálido a la par que frágil. ¿Era aquello lo que significaba sentirse querido? ¿Realmente era la primera vez que se sentía de aquella forma? ¿Había olvidado lo que era el ser apreciado? ¿Eran los sentimientos de Cioccolata así de fuertes?

Secco tenía demasiadas preguntas en su mente, tantas como para obstruir su tarde placentera junto a su amo. Decidió no centrarse demasiado en ellas e ignorarlas. Ya tendría tiempo para responderlas en el futuro próximo.

"...Cioccolata."

"Dime."

"Puedes... ¿Puedes decírmelo?"

"¿Decirte el qué?"

"Que... Que me quieres. Quiero escucharlo. De tus labios."

Cioccolata le devolvió la sonrisa. "¿Cuánto quieres oírlo?"

"Mucho, pero, ¡mucho mucho!"

"Vale, pues prepárate..."

El doctor se ajustó al asiento y se tornó hacia su pareja, observando sus ojos púrpura con devoción, quedándose embelesado con su expresión tan alegre y pacífica. Le acarició una mejilla, y acercó sus caras, centrándose en él e ignorando la película de fondo, respirando hondo.

"Secco, te quiero. Pero con locura. Te amo con toda la locura que este cuerpo mío decrépito puede soportar. Ya no voy a ignorar más mis sentimientos, por ridículos que me parezcan. Lo eres todo para mí, Secco, y desde hoy, voy a asegurarme de que nunca lo olvides."

Y dicho aquello, le besó, con toda la pasión que aquel cuerpo decrépito suyo podía soportar. Secco fue pillado por sorpresa, pero acabó por cerrar los ojos y dejarse llevar por la situación, deleitándose con el gustillo mentolado que el doctor poseía en sus labios. Se abrazó al doctor, agarrándole con suma fuerza, acercando sus cuerpos, necesitándole.

Acabaron por separarse durante unos segundos para coger aire. Pero aquel no sería el fin de sus muestras de cariño, no. Volverían a besarse con la misma pasión de antes, una y otra vez, sus cuerpos juntándose cada vez más hasta parecer inseparables. Sus muertes no habían sido suficiente como para separarles; realmente pertenecían el uno al otro.

Bajo los gritos desgarradores de uno de sus antiguos pacientes, se volvieron a separar. Habían perdido la cuenta de cuántas veces se habían besado, pero aquello no importaba en aquel momento. Lo que importaba era que finalmente podían abrirse del todo el uno al otro.

"Cioccolata."

"Dime."

"Yo... Yo también te quiero. Con la misma locura que tú."

Finalmente, podían comenzar a vivir.

*** FIN ***

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora