El día en el que todo ardió

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Las llamas crecían devorando todo a su paso, el humo se volvía más espeso con cada respiración que daba y sus ojos lloraban por el esfuerzo. Sus padres corrían tras él, instándole a continuar junto al resto de sus compañeros, soldados con los que había entrenado cada día, cada hora. Los conocía mejor que a sí mismo. Las paredes comenzaban a ceder ante el fuego que las devoraba, el techo amenazando con derrumbarse en cualquier momento.

Podía escuchar al enemigo rugir y gritar tras ellos. Podía sentir a los miles de soldados que luchaban por él, por su clan. Quería estar a su lado, protegerlos como el futuro rey que era, como el soldado en el que se había convertido. Sin embargo, todos trataban de protegerlo, pensando en el futuro del reino. Sin él, no habría nada por lo que luchar, no quedaría esperanza para sus súbditos. Por eso, en vez de luchar, corría en dirección contraria, huyendo de sus atacantes y sintiendo cómo el fuego arrasaba con todo a su paso, destruyendo los últimos vestigios de un clan marchito.

Llegaron a una sala oscura, buscando el lugar que los ocultaría hasta que el peligro hubiese terminado. Quedaría a salvo del fuego, del derrumbamiento y del enemigo. La cripta estaba escondida en las profundidades del castillo y solo se podía acceder si conocías las entradas. Era la única forma de proteger a los reyes... O eso creía. Cuando alcanzaron la puerta principal y entraron, vio la sonrisa triste de su padre y supo que no presagiaba nada bueno. Su madre le dio un beso en la frente y miró al rey con decisión, sus manos crispándose en garras.

— Cuidad de él, ya sabéis lo que tenéis que hacer, es una orden —Les dijo a los soldados que la acompañaban—. Serás un buen rey—Le susurró antes de salir de allí acompañado de su mujer.

Intentó correr tras ellos, pero Seungcheol se lo impidió, agarrándolo por la cintura. Lo último que vio antes de sucumbir al sueño que lo mantendría a salvo fue la puerta cerrándose tras su padre. El recuerdo de su sonrisa triste lo acompañaría el resto de su vida, una que no había deseado, pero que todos se aseguraron de darle. Cuando el proceso finalizó y el hechizo se asentó, su rostro horrorizado quedó grabado en piedra.

Su existencia se convirtió en una leyendo y en el susurro de la noche, mientras los soldados del rey no podían escucharlos, los que resistían al nuevo orden hablaban de seis estatuas de piedra con rostros contorsionados por el horror y la tristeza, esperando el momento de ser despertados y poder salvar un mundo hecho de pesadillas. Solo era un cuento que narraban los mayores a sus nietos, pero mantenía viva la llama de la esperanza en los corazones de las familias fieles al antiguo clan Lee.

La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - SoonhoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora