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Judith

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Judith.

—¿Sabías tú que si te aplicas la sangre de tu periodo en el rostro, te suaviza... o algo así?— pregunta mamá cuando se deja caer en el colchón de mi cama. Le echo una mirada aterrorizada.

—¿Dónde carajos viste eso?

—En internet, al principio pensé que era broma, pero ahora hay muchas niñas aplicándose eso en la cara— hace una mueca de asco— Quizás...

—No— le corto— ni se te ocurra mamá, no te pongas eso, hay tantas mascarillas en el mundo, como la de pepino, por ejemplo.

—La de pepino...— sonríe maliciosamente.

—¡Joder Amanda!, ¿por qué no tengo una mamá normal, Jesús?

Mamá siempre fue una madre diferente a las demás, aparte de ser la mejor, claro. Fue mi mejor amiga desde que tengo memoria. No podría vivir sin ella, y por supuesto que tampoco podría vivir sin el bipolar de mi padre. Los amo con locura, pero definitivamente, el lado de mi madre que me da terror es ese, el pervertido.

Ella estuvo a mi lado cuando se enteró de mi rompimiento con Tristán, me secó las lágrimas... pero también me dijo lo estúpida que era por haber hecho semejante estupidez —sobre lo que pasó con Jeremy—. Desde ese entonces, cuando lo supo todo, me dijo que tenía que hablar con los dos, —Jeremy y Tristán—. Francamente me da pavor la sola idea de perder a uno de los dos, los quiero demasiado pero fui lo suficientemente idiota como para joderlo todo sin darme cuenta.

—Bien, te dejo en paz, iré a preparar la cena— y sin decir nada más, se marcha.

Suspiro levantándome de la cama para empezar a deshacerme de las prendas que cubren mi cuerpo para darme una fría ducha y olvidarme del exterior por un rato.

Al cabo de unos largos minutos, por fin salgo y me visto con el pijama y luego peino distraídamente mi cabello. Cuando estoy a punto de salir, el pitido de mi celular hace que me detenga de golpe y me dirija en su dirección para ver quién demonios puede llamarme a esta hora. Jadeo sorprendida cuando leo el nombre reflejado en la pantalla.

Tristán.

Puedo subir— pregunta con voz ligeramente arrastrada cuando descuelgo... ¿está borracho?

—¿Eh?

Da igual. Voy a subir por la ventana, como en los viejos tiempos, cuando subía y te hacía el...

—Para, lo pillo, ¿qué haces aquí, Tristán? Estás borracho— le reprocho.

Suelta una risilla idiota al mismo tiempo que cuelga.

Sin esperar dos minutos más, me dirijo a la ventana para abrir el vidrio. Bajo la mirada y soy consciente de como sus manos se deslizan un par de veces cuando intenta agarrarse de la pared.

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