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Los secretos tenían un objetivo: destruirte

Era una fría noche de diciembre, los copos de nieve caían como hojas frías sobre las ventanas y los techos de las casas. Luces de miles de colores contorneaban las casas como un desafío para la oscuridad. La nieve parecía un adorno cayendo de los tejados e inundando el piso de las aceras. Incluso la luna se alzaba arrogante y blanca como la misma nieve, como si buscara competencia

La pequeña Taylor de trece años observó con paciencia los copos de nieve caer a través de su ventana. Era realmente poético ver algo tan pequeño caer y formar tal avalancha de color blanco por todos lados, ¿cómo algo así de pequeño podría crear algo tan grande?

Parecía imposible para ella. Pero nuevamente, ese día todo era posible.

Era navidad.

El día en que llegaba Santa Claus, el día que ella y sus demás hermanos esperaban con mucha emoción e impaciencia.

Una suave voz la llamó a la distancia, Taylor aun distraída con la vista olvidó contestar.

—¿Taylor cariño? La cena ya está lista, es hora de hacer el brindis —dijo la mamá de Taylor.

Taylor saltó del sillón donde estaba y fue corriendo hacia la sala del comedor. En una mesa ovalada de caoba se postraban los platillos más exquisitos que ella le encantaban. Había pavo, espagueti, lasaña...

De repente una ráfaga de niños pasaron corriendo al lado de ella. Sus hermanos.

Dylan y Tate, los gemelos de cinco años pasaron corriendo como una fuga para asomar sus miradas en la extravagante cena.

—Yo pido el asiento de en medio. —dijo Dylan.

—Yo el asiento al lado del de en medio.—secundó Tate.

Ella los observó molesta, ¿por qué tenían que ser tan tontos? Claramente a nadie le importaba donde se sentasen. Su mamá que venía cargando una bandeja con más aperitivos solo asintió con una sonrisa. Taylor no pudo evitar pensar que era muy bonita.

Y si que lo era. Su madre poseía unos caireles largos y rubios que caían sobre sus hombros. Como rizos de oro. Parecía una reina con su vestido rojo y sus ojos tan azules como el mar. Sus hermanos pequeños se parecían bastante a ella, igual de rubios y ojos como el mar.

El único aspecto que compartían en común.

Luego entró su padre en su campo de visión. Un hombre alto y de porte tan elegante que no se podía evitar mirar al pasar. Entonces Taylor recordó porque no tenía nada en común con su madre y hermanos. Donde su mamá era luz dorada con su cabello y ojos brillantes, su papá era oscuridad y sombras.

Destacaba con su cabello negro azabache y los ojos más oscuros que la noche. Y Taylor era lucía como él, oscuro cabello y facciones tan parecidas. Los ojos azules eran lo único que demostraba que Taylor compartía ADN con su madre y hermanos.

Su papá caminó y le quitó la bandeja de aperitivos a su mamá para ayudarle caballerosamente. Su madre lo miró con una sonrisa de agradecimiento que su papá correspondió. El amor tan tácito entre ellos.

Todos se sentaron en la mesa. Sus hiperactivos hermanos y sus padres. Todos se miraron con una sonrisa. Entonces su padre dijo:

—Comencemos con una oración, tomémonos de las manos.

Lo hicieron, las manos de todos uniéndose en cadena para rezar. Taylor rezó pidiendo que Santa Claus le llevara los regalos que tanto deseó durante todo ese año. Se había portado bien, había cumplido con todos sus deberes.

Peligrosa Ambición | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora