IV

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— Hey, Tsukishima. —Saludó alegremente Daichi al rubio, el cual solo movió la cabeza en señal de que lo escuchó. — Felicidades por ser oficialmente un guardia real, cuando te vi por primera vez tuve el presentimiento de que serías de los seleccionados. —Dijo amistosamente. — Bueno, todos en el castillo ya te conocen a excepción del príncipe, será mejor que te presente ante él. —Daichi empezó a caminar y Tsukishima solo se limitó a seguirlo.

— ¿Por qué el príncipe es el último al que me presentan? —Tsukishima no entendía esa lógica. Para él, lo lógico sería que fuera la realeza la que esté enterada primero de su presencia.

Daichi soltó un suspiro. 
— El rey es muy... Sobreprotector con el príncipe, por lo que a menos que ya seas un guardia oficial te puedes presentar con él.

Tsukishima no dijo más, ya sospechaba que el rey fuera sobreprotector con el príncipe. Pues las únicas veces que miraba al príncipe era en las visitas al pueblo y desde que estuvo en el palacio nunca se lo había encontrado ni una vez.
¿Se preguntaba si Yamaguchi se acordaría de él? Él claro que lo hacía, pues lo ayudó sin saber que era de la realeza y cuando se enteró jamás pudo olvidarlo.

Caminaban por un pasillo cuando Daichi se detuvo, miró la dirección a donde veía Daichi y vio a Tadashi caminando con su padre, una señora desconocida y un chico castaño, tanto como la señora como el chico llevaban una corona, por lo que debían ser de la realeza.

— No sabía que hoy había visitas. Bueno, tendremos que posponer tu presentación. —Dijo dándose media vuelta y haciendo que el rubio igual la diera.

— ¿Quiénes eran ellos? —Preguntó volteando ligeramente la cabeza para volver a ver a los sujetos de hace rato, pero ya no estaban.

— La reina y el príncipe de Aoba Jōsai.



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— ¡Pequitas, que alegría verte! No te veo desde que tenías 11. —El príncipe de Aoba Jōsai lo abrazó por los hombros una vez que se encontraban en el jardín. Pues los reyes se habían ido ya que tenían asuntos que atender y dejaron a los príncipes.

— No me digas pequitas, Oikawa. —Yamaguchi hizo un puchero, pero Oikawa jaló su mejilla.

— Y yo te he dicho que no me digas Oikawa, ¿es tan difícil decirme por mi nombre? —Soltó el abrazo y se sentó en una pequeña banca que tenía sombra de unos árboles, Yamaguchi lo imitó y se sentó a un lado de él.

— Bien, te llamaré por tu nombre. Pero espero que tú también me llames por el mío. —Oikawa solo asintió con la mirada desviada. — Por cierto, ¿a qué se debe tu visita? —Preguntó el moreno volteando su cara y un poco su cuerpo a donde estaba el mayor, pareciendo que estaban frente a frente.

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