Δύο: "La casa de los tres cerrojos"

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Como no esperaba una respuesta, Camila tragó saliva y se aclaró la garganta. Pero tardaron en salirle las palabras hasta que soltó lo más coherente que pudo formular.

—¿Cómo puedo abrir los tres cerrojos?

Es obvio, ¿no te parece? Normalmente, todo cerrojo se abre con su llave, pero en esta casa es un poco distinto. Tenemos una sola llave para los tres cerrojos. El problema es que deben abrirse simultáneamente.

En este punto la voz abandonó el interfono.

Camila pensó en la situación imposible que se le planteaba. ¿Cómo podía abrir simultáneamente los tres cerrojos con una sola llave? Llave que ni siquiera tenía.

Posó sus manos en sus mejillas y presionó para formar un adorable puchero. Aquello era un enigma comparable al del gato de Lana. Y, como en aquella ocasión, no tenía ni idea de cómo resolverlo. Dió unas cuantas vueltas al acertijo sin resultado. Levantó la vista hacia la calle para relajarse. Una anciana paseaba tranquilamente, ajena a sus cábalas.

Sin darse por vencida, observó de nuevo los tres cerrojos. Luego palpó alrededor de la puerta buscando el escondite de la llave. Eso era lo primero. Aunque sabía que no solucionaba nada, ya que, aunque la encontrara, tampoco habría manera de abrir los tres cerrojos a la vez con una sola llave. Frustrada por estar tan lejos de la respuesta, Camila pensó que lo mejor era seguir su camino a la escuela para llegar por lo menos a la segunda clase.

Sí, señor, eso es lo que haría, lo más lógico. Sin embargo, sus piernas no le obedecían.

¿Se puede saber qué estás esperando?

Su corazón dió un brinco al oír la misma voz por el interfono, está vez con un tono impaciente.

—Es que no he encontrado la llave... ¡y tampoco sabría abrir simultáneamente los tres cerrojos si la encontrara! Es imposible.

¿Y por qué mierda quieres abrir los tres cerrojos? —preguntó la voz.

—Pues... para abrir la puerta —balbuceó Camila—. ¿Cómo iba a hacerlo sin abrir los cerrojos?

Ahora era Camila la desconcertada.

La voz habló entonces con un tono de superioridad, como si se dirigiera a un niño de cuatro años:

¡La puerta está abierta! Los cerrojos no te impiden pasar.

Camila se quedó sin habla. Irritada, se dió cuenta de que le acababan de tomar el pelo, como con el enigma del gato negro.

—Pero usted me dijo que necesitaba una llave para abrir los tres cerrojos. Y también dijo que debía hacerse simultáneamente— se justificó, indignada—. ¿Por qué carajos me dijo todo eso, si no era para abrir la puerta?

Me preguntaste cómo abrir los tres cerrojos, y yo contesté a tu pregunta. Nadie te dijo que la puerta estuviera cerrada, ni que fuera necesario abrir los cerrojos para pasar. ¡Si quieres llegar a alguna parte, haz las preguntas correctas! Ese es el problema de dar tantas cosas por sentadas.

Camila se quedó pasmada. No sabía quién hablaba al otro lado, pero debía reconocer que, a pesar de ser molesta, esa voz tenía toda la razón. Dudó entre seguir calle arriba o empujar la puerta. No estaba segura de que entrar en esa casa fuera una buena idea. Sin embargo, una curiosidad creciente se había apoderado de ella. Era como si una fuerza misteriosa la arrastrara.

La puerta crujió, y Camila tuvo que empujar fuerte para abrirla. Una tarea pesada para sus delgados brazos. Parecía evidente que nadie había abierto en mucho tiempo.

Una vez dentro, Camila se vió envuelta por una densa oscuridad. No le gustaba la oscuridad. De pequeña había tenido serios problemas para dormir con la luz apagada, porque en la pared de su habitación se formaban extrañas imágenes que la aterraban.

En pocos segundos, sus pupilas se ajustaron lo suficiente como para distinguir la sombra de algo que se movía a su lado. Dió un brinco del susto y se golpeó la espada contra la puerta, que se cerró tras ella.

Solo tinieblas.

Camila sintió cómo el pánico recorría su columna. Sus ojos escrutaron la oscuridad, intentando seguir lo que se movía. Al saber de qué se trataba, suspiró aliviada. Era un gato de gran tamaño. Tenía los ojos de un enigmático color dorado. Brillaban intensamente en la oscuridad de la sala. Eran pura perspicacia.

Aunque parecía inofensivo, Camila no se aventuró a tocarlo. Levantó la mirada y observó el resto de la habitación en penumbras. Quizá fuese por la poca luz, pero a Camila le pareció que las paredes eran negras. La falta de ventanas hacía de la estancia algo aún más siniestro. Justo enfrente distinguió unas tupidas cortinas de terciopelo que caían desde el techo hasta el suelo. Parecían el telón de un viejo teatro.

El gato le dió la espalda, moviendo la cola como si se burlara de su temor. Luego echó a correr y atravesó las cortinas. Camila quería seguirlo, así que apartó la cortina con ambas manos. Tras ellas tampoco habían puertas ni ventanas. Se encontró en una habitación exactamente igual a la anterior. El gato ya no estaba allí. Se había esfumado. Desaparecido.

Camila ya se disponía a buscarlo cuando un pequeño objeto llamó de nuevo su atención.

En el suelo, en medio de la oscura sala, había una caja de regalo. Era blanca y estaba envuelta con un listón de seda. Una caja tan perfecta como un regalo de Navidad. Camila la tomó en sus manos. En el listón había un pequeño sobre prendido con una pinza azul. No tenía destinatario, así que lo abrió.

UNIVERSO POR ESTRENAR

Esas palabras estaban escritas en la tarjeta con una caligrafía perfecta. Jaló suavemente de la tela de seda para deshacer el nudo. Antes de abrir la caja, dudó un poco.

Se preguntaba si abrir un regalo que no iba dirigido a ella era correcto. Pero el sobre estaba en blanco, de modo que pensó que no estaba haciendo nada malo.

Se tranquilizó con esa excusa y, decididamente, abrió la caja.

Ambos mundos en tus ojos ||Camren||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora