La merienda había pasado, gustosos probaron la torta del diablo pero desganados cantaron la canción de cumpleaños, más no le importo, estaba acostumbrada a la indiferencia.Le habían prometido al padre Nícolas llevarle una porción, ya que se encontraba <<"organizando unos documentos">> en la sacristía.
La realidad era que debido al pequeño incidente, el padre no tenía cara para verla más de una hora, eran escasas las veces que sus seres se encontraban por casualidad.Mientras se dirigía a la habitación de este, recordoba la situación pareciéndole muy irónica y cómica a la vez, de como cuando escuchó al padre quejarse de dolor-como decían los pequeños- ella como toda preadolescente curiosa de trece años se dirigió a su habitación encontrándolo al abrir la puerta haciendo actos mundanos, como le llamaba al deseo carnal de cometer actos sexuales. Jamás olvidaría la expresión de miedo, sorpresa y excitación de aquel hombre, de como se había quedado de piedra al percatarse de la presencia de alguien en la habitación.
Aun recordaba sus palabras espontáneas ante tal situación...
—Que pecaminoso eres, padrecito—
Una sonrisa cínica se situaba en sus labios cuando extendio el postre al llegar a la habitación. <<"Lo comeré luego">> había planteado el masculino sin siquiera agradecer.
—Entretenido, ¿verdad?— Río. —espera unas horas y veras que es divertirse — Planeó aquella voz mientras le recordaba lo vivido años atrás. Pero tan inesperada como había llegado, se disipó debido a la presencia de una angelical persona.
—A dormir, Isabel— dijo la voz de quien tanto admiraba. Esta la arropó con cariño y, como todas las noches, planto un beso dulce en su frente, sin saber que ese sería el último.
—Descansa, traviesa— Deseó con una sonrisa sincera.
—Si, hermana— Respondió —gracias por el regalo, lo aprecio mucho y... a usted tambien— Mencionó verazmente, sintiendo como se le oprimía el pecho.
"Oh no, ya no hay vuelta atrás. Ya casi es tiempo, no lo arruines ahora"
—Y yo a ti, mi ángel— Acarició su mejilla, siendo esas últimas palabras... una despedida.
Cuando la hermana Génesis se retiró de la habitación una lagrima rodo por el rostro de Isabel. Sabía que no volvería a verla... eso le dolía, pero debía ser fuerte como ella le había enseñando. Se secó el rostro con brusquedad y comenzó a preparar sus cosas.
23:21 de la noche. Casi todos dormían, excepto dos personas.
El padre Nicolás se hallaba ordenando los documentos para la catequesis de los niños. Decidió tomar un descanso, puesto que su organismo clamaba por nutrientes y, estando ahí sobre el escritorio, el dulce olor a chocolate lo llamaba a probar aquella torta del diablo. Apesar de que no fuese la hora ni el alimento adecuado, su tentación era mayor.
Isabel se encontraba guardando la cena de aquella noche en un taper, unas rodajas de pan perfectamente horneado, aquello que había sobrado guardado por las hermanas para el día siguiente, pero ella no estaría para cuando el sol empezara a posarse en el cielo otra vez, aunque realmente... no especificaron en que lugar se almorzaria ni que comerían todos juntos, ¿cierto?
Todo se encontraba en la mochila con la que había llegado hacia casi onche años. Esta se encontraba desgastada, pero sería útil. Su muda de ropa, su fiel libro "la oscuridad de los colores" de Martín Blasco, un sujetador para su cabellera que se le fue obsequiado al cumplir los quince años por la hermana Génesis, una caja de fósforos, una petaca donde yacía el agua para su viaje, algunos ahorros producto de ventas de tartas, brownies y galletas que realizaba el convento para obtener ingresos y que ello tenía el diez por ciento de las ganancias ya que los entregaba en cada casa del pueblo a cinco kilómetros de distancia, siendo esta la oportunidad para conseguir la navaja de bolsillo que portaba gracias a un arreglo con unos niños mal portados para las personas del convento, pero para ella solo eran niños jugando a ser cazadores de insectos -como los había visto hacer- y claro, la cena recién envasada tambien se hallaban allí. Eso era todo lo que tenía.
La soga que colgaba en su bolsillo, sacada del cuarto de aseo y herramientas era crucial para el principio y final de todo, así que no la llevaría consigo.Camina a hurtadillas por los fríos pasillos donde desgraciadamente se podía escuchar hasta un leve pasaje sobre éste, a escasos metros se encontraba su primer objetivo. Abrió la puerta lentamente entrando sin que se percatase de su presencia, y se acercó a su aparador, posando la hoja perfectamente manejada sobre este. Dudo, pero aún así no desistió de la idea que su corazón demandaba a su mente y volteó a verla. Sus ojos encontrandola plácidamente dormida, observandola con nostalgia, con miedo, con dudas... con lágrimas posándose en sus luceros.
"Estara bien" La consoló.
—Si...— Musitó con aflicción, luego reaccionó, sacando su cabeza de aquel transe y siguió su camino volviendo por donde llegó, cerrando la puerta tras de sí.
Su siguiente objetivo estaba a escasos pasos. Para su satisfacción, pudo percibir aquellos sonidos que esperaba y, como por arte de magia... aquella voz tomo el control de su cuerpo, de sus actos, de su cordura.
Fue por eso que abrió la puerta sin titubeo alguno.Todo saldría de acuerdo a lo planeado.
—Erimus iterum conveniant severae— Nos volvemos a encontrar gazmoño¹* Masculló.
Gazmoño¹: (persona) que finge ser muy devoto, modesto o cuidadoso en cuestiones de moral.
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El Microcosmos De Una Alma Maltratada (Pausada)
RandomHaría pagar a todos los malnacidos que arruinaron su vida, que le quitaron lo más preciado que llegó a tener. Hacer sufrir a quienes le causaron tanto dolor a los suyos, tanto como a ella, era su deseo más protervio. Pero antes de eso, debera afront...