37. Dhall

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Capítulo treinta y siete

Pincho la fruta cortada con tenedor y lentamente la llevo a mi boca mientras Lorena me cuenta del excelente plan que llevaremos acabo esta noche, y, ¿por qué está noche? Simple y sencillamente porque tenemos una fiesta de celebración.

Sonrío internamente. De eso hablaba mi pelirrojo.

Parece que los tres clanes, antes de ir a una batalla, celebran con una fiesta para que los que mueran tengan un buen recuerdo antes de irse. Por otro lado tambien debo decir que hacer una fiesta antes de todo no es algo común y no sé porque me presiento algo que va a estar fuera de mis límites.

Le doy un sorbo a mi café con leche y pongo la taza nuevamente sobre la encimera —debes informar, ya sabes.

—No te preocupes, esta hecho —me da un gesto con la cabeza afirmando que mi padre y mi abuelo ya saben de la situación —lo que no sé con seguridad es como actuaremos.

—¿Actuar en que? —Laia entra a la casa y ruedo mis ojos —relajate, Zuani. Acabo de llegar y ya siento que me estas odiando, la verdad es que el sentimiento es mutuo.

Bufo y me levanto del taburete —Lorena —llamo a mi prima —¿no me ibas a llevar a dar un paseo? Aquí siento que la casa ya está demasiado llena —observo de reojo a la pelirroja.

Sonríe —aquí la única que invade nuestro espacio personal, eres tú —me señala —y si por alguna razón tienes algo que decirme dímelo en mi cara.

Asiento con seguridad y pongo mis brazos en forma de jarra —Primero, la casa no es tuya, es de Len —mi Len —segundo, tú eres la que invade mi espacio personal, porque no puedes dejar de ver mis actos y todo lo que hago en el día —humedezco mis labios y me acerco peligrosamente a ella —tercero, sé que te jode que el pelirrojo sea mío y no tuyo.

La víbora abre y cierra su boca en acto seguido sin saber que decir o hacer, mira las escaleras y luego a mí, rueda sus ojos y sube sin decir una sola palabra.

Zuani gana.

—Estuviste espectacular —ríe mi compañera —pero, quiero que me expliques lo del pelirrojo.

—Vamos a donde me querías llevar y hablamos en el camino —la saco de la casa y caminamos hasta el auto que le dio el viejo con quien está, nos montamos y pronto nos incorporamos a una carretera de tierra no muy lejos de la casa.

Lorena me mira de reojo esperando que hable y suspiro viendo los árboles que pasamos en la camioneta. No me queda otra que contarle y decirle que es lo que tiene que hacer si las cosas se me salen de las manos, pero primero... —prométeme que pase lo que pase no le dirás lo que te contaré a mis padres, ¿puedo confiar en ti?

—Sabes que tú y yo somos iguales de cierta manera y te puedo entender perfectamente.

—¿Eso quiere decir que puedo contar contigo?

—Lo prometo.

Acomodo mi cuerpo un poco en su dirección en el asiento —Okay, aquí voy —doy una gran bocanada de aire y mi corazón nervioso sale a flor de piel —me gusta Len.

El auto pega un frenazo y me sujeto al cinturón de seguridad —¿Cómo? ¿Escuché bien?

Asiento —y no es solo eso... Hay más.

—¡Ah! ¡Que hay más!

—Sí, y es que... Me marcó, tú no puede ver la marca porque él lanzó un hechizo solo para que ambos podamos verla, pero aquí esta —tocó mi cuello.

Lorena deja caer la mandíbula sin creer lo que le estoy contando y muerdo mis labios nerviosa por lo que dirá. Sus manos se aferran al volante y posa su cabeza sobre este —esto es un sueño, de lo contrario estamos en grandes problemas.

La Chica Dhall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora