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El tiempo corrió, se sentían bien, habían hecho un par de pequeños cambios, e hicieron un par de arreglos. Vivían en ambas casas, sin contar la cabaña, mayormente pasando el tiempo en la casa del mayor, aunque una época del año se la pasaban enteramente en la cabaña, esa época, mencionada anteriormente, es la época del frío.
No importaba donde fuera, en que casa estuvieran, o que época del año fuera, habían adoptado una pequeña pero hermosa tradición, aplicada únicamente a la hora de dormir, pues cuando se acostaban, sea Willy con su cabeza en el pecho del mayor o viceversa, o se acostaban frente a frente o uno abrazando por la espalda al otro, siempre, pero siempre juntaban sus manos, palma con palma, más específicamente la izquierda, buscando que sus anillos choquen y suenen débilmente, luego entrelazándolas y dándose mimos, durmiendo cuando ya no daban más. Las palabras dulces en esos momentos tampoco faltaban, las caricias, los besos, todo lo que pudieran hacer para mimar a su prometido era aplicado, pero sólo y únicamente lo hacían con tanta soltura y amor que sorprendía.
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Pelearon algunas veces, solucionando la mayoría en poco tiempo, algunas duraban poco más, pero tarde o temprano se solucionaban. Su relación era buena, hasta envidiable en cierto punto, era amorosos en buena medida frente a otros, en privado se demostraban mucho más amor, ayudaban al contrario, fuese en algo físico como construir algo, o emocional. Ambos algunas veces tenían bajones, por lo que en esos momentos el contrario dejaba todo de lado, dedicaban todo un día a animarlo, si hacia falta, dos días. En el caso de que el que tuviese el bajón fuera Fargan, Willy dedicaba dos días a su pareja, sentando al castaño en el sillón, preparando aperitivos y algo para tomar, llevando algunas mantas, y poniendo en la tele todas sus películas favoritas, abrazándolo, mimándolo, haciendo de todo hasta levantarle el ánimo, siempre diciéndole cosas dulces en el oído. En cambio, cuando el que se encontraba mal era Willy, lo que hacía Fargan era llevarlo a la cabaña, y no todas las veces quedándose dentro de ella, pero en todas se repetía lo mismo, una manta ancha y acolchada en el suelo, varias mantas finas al costado, el té favorito del menor, dos tazas, y, el toque final, un fibrón de punta fina, pues ambos se sentaban en el suelo, el castaño siempre dejando al albino entre sus piernas, cubría las piernas ajenas con una manta, rodeando el cuerpo con sus alas, dandole una taza con la infusión caliente que tanto le gusta, tarareando suave, y con el fibrón escribía cosas lindas en la pálida piel de su pareja, sea tanto en sus piernas, en su brazo, en donde sea, o a veces en casi todo el cuerpo, la tinta luego con un baño se quitaba, pero, mientras, tener aquellas letras en su piel le hacían bien, sumado a todo los mimos que el mayor le daba.
Se conocían, se conocen muy bien, pero el unirse en Santo matrimonio hizo que abrieran aún más puertas internas, que mostrasen aquella pequeña oscuridad controlada que quedaban en el rincón más recóndito de su ser, se dejaron explorar por completo, se amoldaron en algunas cosas para el otro, hicieron esquemas mentales para cada situación, aunque estos volaban cada que sucedía una, crearon métodos nuevos para cada emoción que el otro mostraba, se aman, entregado en cuerpo y alma, sabían todo del otro, se alentaban a amarse más, intercambiaban roles, inventaban nuevos, se innovaban, se consultaban, y se cuestionaban, hacían todo lo mejor para que su matrimonio saliera a flote, consiguiéndolo, por que se animaban a hacer cosas, se frenaban en otras, se ayudaban, pero lo más importante, se respetaban y valoraban al otro, además de protegerlo y amarlo con todo su ser.
