Ocho

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No me doy cuenta que estoy conteniendo el aliento hasta que el señor Tomlinson ordena—. Respira, Violet. No es como si fuera a matarte.

No estoy segura al respecto. La forma en la que me sonríe con un rastro de malicia que aparece me hace pensar si disfruta el azotarme. En realidad, me convenzo cada día más que disfruta hacerlo. A veces quiero saber si él creció diciéndoles a sus padres que quería disciplinar a chicas escolares cuando creciera. No estaría sorprendida.

Exhalo nerviosamente. Si tan solo podría rehusarme a ser tratada así. Pero es simplemente imposible. Mi madre, quien es impresionantemente poderosa, me envió aquí y ella no estaría contenta si trataba de ir a casa. Estoy bastante segura que no le importo y que solo quiere convertirme en una futura duquesa altanera, snob que sigue las reglas.

—Ahora, ¿por qué te estoy castigando? —pregunta el señor Tomlinson suavemente, agachándose sobre la mesa junto a mí. Estoy segura de que está mirando mi retaguardia, pero estoy muy asustada para mirar.

—Trepé un árbol. —musito sencilla.

—¿Qué más?

—Llamé imbécil a la señorita Whickam. —agrego tranquilamente. Estoy en un gran problema. ¿Quién llama a la directora imbécil en frente del señor Tomlinson? Soy un idiota.

—¿Y?

Suspiro y siento mis mejillas ruborizarse mientras susurro—. No lo llamé papi.

—También te negaste a bajar del árbol cuando te lo pedí múltiples veces. Sin mencionar que me hablaste de manera irrespetuosa y en un nivel bastante peligroso. Yo diría, que estás aquí por más disciplina. —Se aparta de la mesa y se para detrás de mí.

Mis piernas están temblando y trato de estabilizarlas.

—¿Cuántos? —pregunta directamente.

—Eh... —No tengo idea de cuantos. La última vez que lo pensé fueron muchos y antes fueron muy pocos—. No lo sé señor...

—¿No lo sabes? —aclara. Hay una intensión en su voz.

—No... siempre digo lo incorrecto. —le digo vacilantemente.

—Voy a necesitar un número. Así sabré que tan culpable te siente sobre todo esto. —dice. Sonando muy controlador, quiero saber si se percata de ellos.

—Bueno... —empiezo y hago pausa para pensar—. Treinta y cinco.

Creo que lo escuché bufar. ¿Está riéndose de mí? Que idiota.

—Violet, cariño. —Lo escucho claramente contener un risa y pierdo el control.

—¿Hay algún jodido problema? —espeto y me levanto de la mesa, volteándome y taladrándolo con la mirada—. ¡Porque no encuentro nada divertido en esta situación!

Su divertida sonrisa desaparece cuando ve que me levanté. En su lugar una expresión sombría envía escalofríos por mi columna por algún motivo. ¿Por qué su ceño fruncido luce tan ardiente?

—Agáchate y quédate quieta. —Me ordena, señalando la mesa.

—Entonces deje de reírse. Los azotes son suficientemente humillantes. —gruño y dudosa hago lo que me dice.

—Yo doy las órdenes aquí, y tú las sigues. No tengo que hacer nada de lo que me pidas. Y no tengo que contestar tus preguntas. —dice lenta e irrefutablemente, dándome un azote prematuro que me hace saltar.

Observo las pequeñas macetas en frente de mí, con ganas de arrojarlas a su cara.

—De cualquier modo, querías treinta y cinco. Yo iba a darte cincuenta.

Predicaments of a Schoolgirl | españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora