Capitulo 15: Actos De Amor

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En la Tierra, el agónico sol crepuscular emitía sus doradas espigas en el horizonte. Aquella era una tarde serena, de suaves perfumes y las gélidas ráfagas de viento anunciando la llegada del invierno.

Aldeanos y comerciantes se disponían a tornar a sus hogares tras una ardua jornada de trabajo. El ajetreo del pueblo, las risas de los niños y el canto de las aves, lentamente se desvanecía bajo la habitual calma vespertina.

Como cada tarde, la pareja de enamorados caminaba tranquilamente a través de las sendas del lugar.

El muchacho cargaba una bolsa con los alimentos destinados a la cena de su familia y con el cándido y desmedido cuidado de todo futuro padre primerizo, sostenía la delicada mano de su mujer.

Repentinamente, los cielos fueron invadidos con espantosos aullidos provenientes de una tropa de gigantescas aves de rapiña con rostros femeninos. La gente huyó horrorizada en medio de gritos y empujones. Entre la multitud abalanzándose sobre ellos, Gulzar soltó la mano de Argento.

El chico volvió la vista a sus alrededores llamándola y buscándola desesperadamente. Entonces, una de las criaturas se arrojó sobre él.

Si mayores complicaciones, Argento detuvo su ataque sosteniéndole por las patas.

-¡Príncipe traidor! -profirió aquella con un acento ronco, mientras agitaba las alas salvajemente, pugnando por liberarse.

-No hay duda, Zeus lo sabe todo y ha enviado a lo más vil de sus huestes para matarnos -pensó y lanzó bruscamente a la criatura contra un muro.

El caos se apoderó del pueblo. Las monstruosas aves expandieron el terror destruyendo todo cuanto hallaron en su horrorosa ronda. Cientos de hogares fueron demolidos y quienes no se hallaban heridos o corriendo despavoridos, sufrían ataques de pánico.

De pronto, la mítica Lechuza acompañada por los Emisarios de Hermes, se enfrentaron a monstruos derrotándolos al instante.

-¡Gulzar! -El Dios gritaba totalmente alterado y sus fieles servidores se inclinaron ante él.

-Mi Señor no debe preocuparse, la sierva de Athena irá a buscarla.

-¿Cuál es la situación en el Olimpo?

-Una humana fue quien envenenó el corazón del Soberano y reveló su ubicación exacta. En poco tiempo su Majestad arribará a la Tierra. Por fortuna, la Diosa Iris nos despertó de nuestro letargo. Hemos venido para pelear por usted ¡y estamos listos para ofrendar nuestras vidas en nombre del gran Dios Hermes!

Hermes sintió un gran alivio en el pecho y en su rostro se pintó una sonrisa tranquila.

-Bien, cuiden a Athena. Ese es mi deseo y mi orden para ustedes. Llévenla al Santuario y no permitan que resulte lastimada. Cuando mi hija o hijo nazca, quiero que lo sirvan y protejan con el mismo fervor que juraron ante mí.

-¡Pero Amo! Usted necesita de nuestro cuidado ahora que su cuerpo es el de...

-¿Un humano? Confíen mis soldados, que la carne y sangre poseen más poder del que aparentan.

La muchedumbre comenzó a disiparse y Glauco estaba a punto de asistir en búsqueda de su Señora cuando Gulzar corrió en dirección a Argento. Su regocijo al verlo a salvo fue tal, que ignoró la presencia de los siervos.

Su camino fue detenido por Keion, que a través de un movimiento de su diestra la sumió en un profundo sueño.

Los ojos de Gulzar permanecieron prendidos sobre el rostro de su hermano. Antes de que su mirada cediera bajo el cerco de sus pestañas, logró vislumbrar como última imagen, una gentil pero melancólica sonrisa en sus labios, los cuales articularon un inaudible juramento de amor.

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