Capitulo1. Destino.

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En la lejana época del mito, el grande y todopoderoso Zeus ejercía su imperio sobre Dioses y mortales

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En la lejana época del mito, el grande y todopoderoso Zeus ejercía su imperio sobre Dioses y mortales. 

Tras su victoria sobre los Titanes, el gran Soberano expandió su dinastía, alcanzando la máxima gloria de su imperio con el nacimiento de los fastuosos Númenes del Dodekatheon helénico.

La bella Titanide Metis, su favorita entre todas sus consortes, quedó embarazada colmando de alegría al Olimpo entero.

La felicidad de los amantes no estuvo exenta de la envidia. Al conocer la noticia, Gea la Madre Tierra, advirtió al Rey sobre su inminente derrocamiento en manos de su propio hijo si Metis daba a luz a un varón.

Temiendo sufrir el mismo destino que su padre y aun cuando su amor por su esposa era inmenso, Zeus engulló a Metis seguro de haber encontrado en ello la forma de impedir su fatídico destino.

Al transcurso de varias lunas, el Dios Padre sufrió terribles dolores de cabeza, estremeciendo con sus lastimeros sollozos al cielo y la tierra. En su afán por aliviarlo, el corpulento Hefesto arremetió sobre su frente un poderoso golpe con su hacha, acto que dio origen a una fémina entidad divina de esencia bélica, en cuya perfecta y agraciada silueta ostentaba los símbolos del valor y la sabiduría.

Tras su repentino y peculiar nacimiento, la Sagrada Athena se arrodilló ante su padre y presentó sus armas jurándole absoluta lealtad.

Las miradas de las Deidades presentes se posaron sobre su divina faz y el Dios del fuego, que había quedado maravillado con su belleza, se acercó a Zeus dirigiéndole algunas palabras:

—Gran Júpiter, Rey de todo lo existente. De tu cabeza ha nacido una mujer tan hermosa que ha cautivado mi corazón. Si tú me la das en matrimonio, ¡te llenaré de mis más perfectos trabajos!

Zeus negó la propuesta rotundamente, adjudicándole a Athena el estatuto de Diosa virgen, su pura y fiel existencia, sería dedicada cabalmente a su progenitor.

A partir de entonces, Athena libró un sinfín de batallas en honor a su Rey. Entre los mortales era adorada por su benevolencia y valentía, sin embargo, incluso cuando su naturaleza era del todo bélica y lógica, hubo una parte delicada y femenina que muy pocos conocían.

Es bien sabido que un simple ademán, una sonrisa, o un pensamiento bastan para desencadenar los acontecimientos que el misterioso destino teje caprichosamente según sus designios.

Aquel día, los primeros rayos de la estrella del alba anunciaban el fin de la jornada de un viajero divino, que tornaba a sus hogares tras el cumplimento de un importante mandato. Cuán grande fue su sorpresa al vislumbrar a la lejanía lo que parecía ser el perfil de una hermosa mujer.

Con la mayor cautela, Hermes, el honorable heraldo de los inmortales, tendió la vista en aquel recinto y alcanzó a divisar entre las enhiestas columnas dóricas la delicada silueta de la Diosa de las Guerras Justas, que tendida sobre sus hinojos, reposaba en un lecho de hierba y flores.

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