Capitulo 16: Por Amor Todo O Nada

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En el Santuario, Athena miró entrañablemente a su Institutriz. Tras reverenciar a su Diosa, sus gentiles facciones se tornaron malvadas y arrojó a sus pies un brazalete dorado.


-¿Aglauro? Ese... ese brazalete es el mismo que portaba Hermes en el Olimpo ¿Cómo es que posees una pieza del tesoro imperial?

-Le pertenecía a una de mis ancestros, Herse. Así es, el brazalete le fue obsequiado por tu amado hermano.

Athena le miró desconcertada y Aglauro prosiguió.

-Ese Dios la pretendía y ella fue deslumbrada por su divinidad. Cuando el embaucador encontró un objetivo más suntuoso, desechó a la chiquilla inocente conduciéndola a la muerte.

Ser elegida como una Doncella al servicio de la Diosa de la Guerra es el máximo honor entre las familias Atenienses, pero aquello se convirtió en la maldición de mis ancestros. Cuando la noticia de tu nacimiento llegó a mis oídos, vi en ella la oportunidad de vengar a mi sangre -la mujer deambulaba por el sitio, mientras los guerreros posicionados alrededor de la Deidad, se mantenían alertas a cada movimiento- Matarte en la época en la que eras solo un bebé, hubiese sido un castigo demasiado blando, compasivo. Mi objetivo era inducirte el más profundo sufrimiento.

Así pues, la mujer procedió a referir con grosera satisfacción, la barbaridad de sus pecados.

Se supo entonces que fue la responsable de arrastrar al ejército de Athena a la extinción, al revelar sus estrategias al Emperador Hades. En silencio y vistiendo la máscara de la hipocresía, se regodeó con el tormento e impotencia de la Diosa al ver a sus hombres caer frente a sus ojos.

Una vez que la chica partió del Santuario, nunca la perdió de vista. Esperó pacientemente, como lo hace una serpiente venenosa que acecha a su presa, para arrebatarte la felicidad que había forjado en compañía de su amado durante aquellos meses en el pueblo. Llegado el momento que su mortífero plan considero preciso, viajó hasta el Monte Olimpo para advertir al Rey sobre la supuesta traición.

-¿Cómo es que un ser humano puede poseer tanta maldad en su corazón? -cuestionó Athena, aún horrorizada por las declaraciones de aquella a la que consideró su propia madre- Aglauro... mi dolor, mi sufrimiento, no son importantes ¿No lo entiendes? ¡Tienes sobre tu espalda peso de miles de muertes!

-¿No era tu deber evitarlo? -Exclamó la fémina antes de arrojar una repulsiva carcajada.

Hundida en una mezcla de enojo y frustración, la Diosa inclinó la vista apretando fuertemente sus puños - Traidora...

-Querida Athena, ya deberías saberlo. Los humanos son... traicioneros por naturaleza -Expresaba el Dios Hefesto manifestándose a espaldas de la institutriz. Extendió la mano sobre su cabeza y al instante, el cuerpo de Aglauro comenzó a arder hasta volverse cenizas.

Con su odiado rival al borde de la muerte, el Herrero halló la potencial realización de sus fantasías y henchido en el embeleso que la presencia de la Diosa le infundía en el pecho, le extendió la mano con un gestó desmesuradamente afable -No tenemos mucho tiempo, ven conmigo Diosa mía, te llevaré a un lugar seguro. No temas, llegado el día, criaré a tu hijo como propio y bajo mi protección ni el mismísimo Zeus podrá lastimarte.

Todavía abrumada por lo que acababa de acaecer, con absoluta indignación Athena despreció la mano del Dios.

-Observa tu misma -El varón insistió, levantando su arma y exponiendo la hoja cubierta de sangre- En estos momentos, el Heraldo ya debe estar muerto. Zeus me encomendó la misión de asesinarte, en cambio, bella Athena te estoy ofreciendo la única posibilidad para sobrevivir.

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