21: Pasillos vacíos

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Sintiendo cómo su corazón palpitaba en su garganta, pasó lentamente los pasillos del hospital. Detrás suya, muy lejos, podía escuchar levemente a algunas personas hablando en gritos, y otras simplemente gritando. Sentía constantemente el amago de correr, pero sabía que podían escucharla en cualquier momento y matarla.

Pensó en qué podría pasar si se encontrara de frente con alguno de la mafia. Se conocían de antes. Seguramente tenían rabia acumulada: como el propio Conway o cualquiera de la malla, Inna había intentado desmantelar sus planes, había luchado contra ellos e incluso les había atacado. No tenía duda de que si se encontraban en el pasillo acabarían con ella.

Por suerte el hospital central de Los Santos era enorme; y no se encontró a nadie por el camino. Cuando llegó a unas escaleras, se asomó un poco para mirar si no había nadie. Escuchó varios susurros, por lo que intentó agudizar sus oídos lo máximo posible para saber si eran voces de un amigo o de un enemigo.

—Por aquí... ¡vamos!—Lo que parecía ser un susurro de niña se hizo presente, e Inna se alivió. Agachada, bajó las escaleras poco a poco y, al final de ellas se encontró con dos niños: Michael y Lana, de 8 y 10 años respectivamente.

—¡Inna!—exclamó en susurros Lana cuando vio a la doctora. Corrió hacia ella y le dio un abrazo, sin soltar la mano del pequeño Michael.

—¿Dónde están los demás?—les preguntó Inna, llevándoles hacia una esquina detrás de las escaleras para no ser vistos.

—Se los han llevado—respondió la niña—, Mike y yo estábamos en el baño cuando han entrado... ahora no sabemos dónde ir.

La doctora se quedó en silencio, barajando sus opciones. No podía dejarles solos, pero si les llevaba con ella además de ralentizar su camino hacia los vestuarios les pondría en peligro.

—Está bien—dijo Inna agachándose para estar a su altura. Cogió a ambos niños de las manos—. Quiero que os escondáis en los baños otra vez, ¿vale?

—¿No podemos ir contigo?—quiso saber Michael. Sus ojos estaban llorosos, y su boca estaba en forma de puchero.

—No, sería demasiado peligroso. Tengo que ir a los vestuarios a por un arma para poder defendernos. Tardaré un minuto, en cuanto la tenga vendré a veros. ¿Entendido?

Los niños asintieron, aunque no parecían muy convencidos. Inna les dio un abrazo rápido a cada uno y les hizo prometer que le harían caso. Una vez les vio adentrándose en los baños, siguió el camino hacia los vestuarios.

Sorprendentemente, los pasillos estaban desiertos. Se había alejado tanto de la entrada del hospital que ya no escuchaba los gritos, simplemente sus pisadas y su propia respiración. En cuanto entró a los vestuarios y vio que estaban desiertos, soltó todo el aire que estaba conteniendo. Corrió hacia su taquilla y, con las manos temblorosas, la abrió. De entre las batas de repuesto y los libros sacó su pistola, su chaleco antibalas y la cartuchera. Lo preparó todo y cargó el arma; ya se sentía mucho más segura.

Justo cuando iba a salir por la puerta, escuchó como la otra entrada a los vestuarios se abrió. En el momento en el que escuchó el golpe que hizo la puerta con las taquillas, se escondió detrás de una enorme columna de mármol.

—¿Cuál es?—preguntó una voz masculina con acento mexicano.

—La número 32.—Inna reconoció la voz de Freddy, aunque eso no le tranquilizó lo más mínimo. Había dicho el número de su taquilla.

Opia (Jack Conway) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora