YAYAYA

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Durante el mes siguiente utilicé las ocho ampollas que no había vendido

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Durante el mes siguiente utilicé las ocho ampollas que no había vendido. El miedo que había experimentado tras la utilización de la primera ampolla no se reprodujo a partir de la tercera; sin embargo, de vez en cuando, y tras una inyección, despertaba con un comienzo de miedo.

Seis semanas después telefoneé a SeungMin, aunque no confiaba que hubiera regresado de su viaje. Pero oí
su voz al teléfono.

—Oye, ¿tienes algo para vender? De aquello que yo te vendí a ti antes. —Pregunté. Hubo una pausa.

—Sí —dijo—, puedo pasarte seis, pero el precio es de tres dólares cada una. Es que no tengo muchas. Ya sabes.

—De acuerdo —dije—. Ya sabes el camino. Acércamelas hasta aquí.

Se trataba de doce tabletas de un cuarto de grano metidas en un tubo estrecho de cristal. Le pagué los dieciocho dólares y volvió a lamentarse del precio.

Al día siguiente volvió a comprarme dos granos de lo que me había vendido.

—Resulta difícil conseguirlas al precio que sea —dijo, buscándose una vena en la pierna. Por fin, encontró la deseada y se inyectó el líquido con una burbuja de aire—. Si las burbujas de aire mataran, no habría ningún yonqui vivo.

Ese mismo día SeungMin me indicó una botica donde vendían agujas hipodérmicas sin hacer preguntas -hay muy pocas boticas que las vendan sin receta.-

Me enseñó cómo hacer un anillo de papel para unir la aguja a un cuenta gotas. Un cuenta gotas resulta más fácil de usar que una jeringuilla, especialmente para inyectarse uno mismo en la vena.

Unos días después SeungMin me mandó a visitar a un médico con un cuento sobre piedras en el riñon, para conseguir una receta de morfina. La mujer del médico me dio con la puerta en las narices, pero SeungMin consiguió convencerla y el médico extendió una receta de diez granos.

La consulta del médico estaba situada en plena zona de drogadictos, en la calle 102 junto a Broadway.

Era un viejo chocho incapaz de oponer resistencia a los yonquis que acudían a su consulta y que, de hecho, eran sus únicos pacientes.

Debía sentirse importante viendo su sala de espera llena de gente. Supongo que había llegado a un punto en el que era capaz de modificar la apariencia de las cosas según sus deseos y cuando miraba su sala de espera debía de ver una clientela distinguida, probablemente bien vestida, en lugar de aquel montón de yonquis con pinta de ratas en busca de una receta de morfina.

SeungMin solía embarcarse cada dos o tres semanas. Sus viajes eran de transporte de tropas y generalmente
cortos.

Cuando estaba en la ciudad solía agenciarse unas cuantas recetas.

El viejo médico gruñón de la 102 terminó por enloquecer del todo y en ninguna farmacia querían despachar sus recetas, pero SeungMin localizó a un médico italiano del Bronx que recetaba con facilidad.

Yo me picaba de vez en cuando, pero estaba muy lejos de adquirir el hábito.

En esta época, me trasladé a un apartamento de la parte baja de la zona norte. Se trataba de una casa cuya puerta daba directamente a la cocina.

Empecé a parar en el bar Angle todas las noches y solía ver a JeongIn. Conseguí eliminar la primera mala impresión que le había causado, y pronto empecé a pagarle bebida y comida, y él me pedía dinero prestado con cierta regularidad.

Entonces JeongIn todavía no tenía el hábito.

De hecho, raramente tenía droga, a no ser que otro se la comprase. Pero siempre estaba alto con algo -yerba, bencedrina, barbitúricos.-

Solía aparecer por el Angle todas las noches con un tipo llamado Namjoon.

Este Namjoon reunía la sensibilidad de un neurótico y la inclinación a la violencia de un psicópata.

Estaba convencido de que desagradaba a todo el mundo, y eso era algo que le hacía sufrir cantidad.

Un martes por la noche estábamos SeungMin y yo en la barra del Angle. Estaba Jungkook y también Jimin.

Jimin era un chico con un defecto en la vista, especialista en borrachos indefensos; les robaba y cargaba con el mochuelo a sus camaradas.

—Carezco de honor. Soy una rata —solía decir. Luego se reía.

Jungkook era un tipo agradable, y con una sonrisa espléndida, en la mostraba sus diente de conejo. Trabajaba con habilidad a los borrachos, pero era muy cobarde. Cualquier policía le echaba el ojo encima con solo verlo, y era muy conocido por la brigadilla del metro. Por eso, Kook solía pasarse la mitad del tiempo en la cárcel por vago y maleante. Era un taleguero consumado.

Esa noche JeongIn estaba con nembutal encima y la cabeza se le caía pesadamente sobre la barra.

Namjoon andaba arriba y abajo intentando que alguien le invitara un trago.

Los tipos de la barra se mantenían tensos y rígidos, agarrados a sus bebidas y guardándose apresuradamente las vueltas. Oí que Nam le decía al barman:

—¿Quieres guardarme esto un momento? —mientras le pasaba su enorme navaja automática por encima de la barra.

—¿Quieres guardarme esto un momento? —mientras le pasaba su enorme navaja automática por encima de la barra

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora