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Tige, mi abogado, apareció a las doce, para sacarme

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Tige, mi abogado, apareció a las doce, para sacarme. Había arreglado las cosas para que fuese directamente a un sanatorio a hacer una cura. Me dijo que la cura era imprescindible desde un punto de vista legal. Fuimos hasta el sanatorio en un coche de la policía, con dos detectives.

Esto formaba parte del plan del abogado, en el que los detectives tenían el papel de testigos eventuales.

Al detenernos delante del sanatorio, el abogado se sacó unos cuantos billetes del bolsillo y se dirigió a uno de los polis.

—Juégamelo a ese caballo, ¿quieres? —dijo.

Los ojos de sapo del detective reventaban de indignación. No hizo ademán alguno de tomar el dinero.

—No voy a jugar ningún dinero a ningún caballo —dijo.

El abogado se rió y dejó el dinero sobre el asiento del coche.

—Mac lo hará —dijo.

Esta aparente falta de tacto para sobornar a los polis delante de mí era deliberada. Cuando le preguntasen luego por qué lo había hecho les diría. "Pero, hombre, si ese chico estaba demasiado enfermo para enterarse de nada." Y así si los detectives eran convocados como testigos, dirían que yo parecía estar en muy malas condiciones. El abogado quería testigos que firmasen que yo estaba en muy malas condiciones cuando firmé mi declaración.

Un recepcionista recogió mi ropa y me senté sobre la cama esperando que me dieran un pinchazo.

Mi mujer vino a verme y me contó que los de la clínica no tenían ni idea de drogas ni de drogados.

—Cuando les dije que estabas enfermo, me dijeron: "¿Qué le pasa?", y les dije que estabas enfermo y necesitabas una inyección de morfina y me dijeron que habían creído que se trataba de un caso de adicción a la marihuana.

—¡Adicción a la marihuana! —dije—. ¿Y eso qué mierda es? Averigua qué piensan darme —le dije—. Necesito una cura de reducción. Si no piensan hacerme eso, sácame de aquí inmediatamente.

Volvió al poco rato y me contó que por fin había encontrado un médico, por teléfono, que parecía saber de qué iba la cosa. Era el médico del abogado, que no pertenecía al sanatorio.

—Pareció sorprendido cuando le dije que no te habían dado nada. Dijo que llamaría en seguida al hospital para procurar que se ocupasen de ti como debe ser.

Pocos minutos después llegó una enfermera con una jeringa. Era demerol. El demerol ayuda algo, pero no es ni remotamente tan efectivo como la codeína para aliviar la carencia de droga.

Por la noche vino un doctor a hacerme un examen físico. Mi sangre estaba espesa y concentrada debido a la pérdida de fluido corporal. En las cuarenta y ocho horas que había estado sin droga había adelgazado cinco kilos. El doctor tardó veinte minutos en poder sacarme un tubo de sangre para hacer un análisis, porque la sangre estaba tan espesa que tupía la aguja constantemente.

A las nueve de la noche me pusieron otra dosis de demerol. No me hizo ningún efecto. Generalmente el tercer día y la tercera noche de carencia son los peores. Después del tercer día, la enfermedad empieza a remitir. Sentía una quemadura fría por toda la superficie del cuerpo, como si la piel fuera una colmena compacta. Parecía que millares de hormigas se arrastrasen bajo mi piel.

Es posible distanciarse uno mismo de la mayoría de los dolores —muelas, ojos y genitales presentan las mayores dificultades— de forma que el dolor sea experimentado como una excitación neutra. Pero de la carencia de droga no parece haber escapatoria alguna. La carencia de droga es el opuesto al impulso de la droga. El impuesto de droga es que es preciso tenerla.

Los yonquis funcionan en tiempo de droga y con metabolismo de droga. Están sujetos al clima de la droga. Son calentados y enfriados por la droga. El impulso de la droga es vivir bajo condiciones de droga. No se puede escapar de la enfermedad de la droga igual que no se puede

escapar al efecto de la droga después de un pinchazo.

Me encontraba demasiado enfermo para levantarme de la cama. No podía permanecer en calma.

Bajo la enfermedad de la droga, cualquier línea de acción o inacción concebibles, parecen intolerables.

Un hombre puede morir simplemente porque no puede resistir la idea de permanecer dentro de su cuerpo.

A las seis de la mañana me dieron otro pinchazo, que pareció hacerme un poco de efecto. Luego me enteré de que no era de demerol. Incluso fui capaz de tomar un poco de café y una tostada.

Cuando más tarde llegó a verme mi mujer, me contó que estaban ensayando un nuevo tratamiento conmigo. Este tratamiento había comenzado con la inyección de la mañana.

—Noté la diferencia. Creí que lo de esta mañana era M.

—Hablé con el doctor Moore por teléfono. Me dijo que es la medicina maravillosa que buscaban para el tratamiento de la adicción. Elimina los síntomas de carencia sin formar de nuevo hábito. No es estupefaciente, es un antihistamínico. Creo que la llamó Theforin.

—Es decir, que los síntomas de carencia serían una reacción de tipo alérgico.

—Eso dice el doctor Moore.

El médico que recomendó el tratamiento era el de mi abogado. No pertenecía al sanatorio ni era psiquiatra. A los dos días pude hacer una comida completa. Las inyecciones del antihistamínico duraban de tres a cinco horas, y entonces volvía el malestar.

Los pinchazos eran como si fuera droga.

Los pinchazos eran como si fuera droga

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora