GLOW

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Los clientes estaban sentados silenciosos y lúgubres bajo las luces fluorescentes

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Los clientes estaban sentados silenciosos y lúgubres bajo las luces fluorescentes.

Todos tenían miedo de Nam.

Todos excepto yo.

SeungMin bebía su cerveza con calma.

Los ojos le brillaban con aquella fosforescencia especial suya.

Su largo cuerpo asimétrico se apoyaba en la barra. No miraba a Nam, sino a la pared de enfrente donde estaban colocadas las botellas. En una ocasión,
me dijo:

-No está más borracho que yo. Todavía puede beber más.

Namjoon estaba en mitad de la barra con los puños apretados y las lágrimas rodándole por la cara:

-No soy bueno -decía-. No soy bueno. ¿Alguien es capaz de comprender que ni siquiera sé lo que hago?

La gente se apartaba de él a toda prisa tratando de no atraer su atención.

Taehyung, un compinche ocasional de Mike, entró y pidió una cerveza. Era alto, su cara era hermosa, era como un modelo. Nam le dio un golpecito en la
espalda y oí que Tae decía.

-Por el amor de Dios, Nam.

Hablaron algo más que yo no oí. Nam tenía su navaja en la mano. El barman debía de habérsela devuelto.

Atacó a Tae por detrás y le clavó la hoja en la espalda.

Tae cayó hacia adelante aullando. Vi que Nam se guardaba la navaja en el bolsillo.

-Vamonos -dijo SeungMin.

Namjoon había desaparecido y la barra estaba vacía, exceptuando a JungKook, que había agarrado a Taehyung por un brazo. Jimin lo agarraba por el otro.

Al día siguiente oí a Jimin contar que Tae estaba bien.

-El tipo que lo atendió en el hospital dijo que la navaja no le había alcanzado el riñon por muy poco -decía. SeungMin dijo.

-El muy asqueroso. Yo puedo entendérmelas con un tipo musculoso, pero no con una rata como ésa, que se dedica a distraer las monedas de la barra.

Poco después el Angle fue cerrado y cuando abrió de nuevo había cambiado de nombre y se llamaba Kent Grill.

Una noche fui a la calle Henry en busca de Hobi. Una chica alta y pelirroja me abrió la puerta.

-Soy Claudia -dijo-, entra.

Al parecer, Hobi estaba de negocios en Washington.

-Pasa a la habitación por delante -dijo la chica, apartando la cortina de terciopelo-. Recibo a los caseros y a los cobradores en la cocina. Vivimos aquí dentro.

Miré alrededor. La habitación parecía un chop-suey. Había mesas rojas y negras lacadas esparcidas por todas partes, unas cortinas negras tapaban la ventana.

En el techo estaba pintada una rueda con pequeños cuadrados y triángulos de diferentes colores, produciendo el efecto de un mosaico.

-La hizo Hobi -dijo Claudia señalando la rueda-. Tenías que haberlo visto. Extendió una tabla entre dos escaleras y se ganó encima de ella. La pintura le caía en la cara. A veces le gusta hacer cosas de ésas. Nos tiramos unos enrolles tremendos con esa rueda cuando estamos altos. Nos tiramos mirando a la rueda y enseguida se pone a dar vueltas. Cuanto más se la mira, más de prisa va.

La rueda tenía esa vulgaridad de pesadilla de los mosaicos aztecas, la sangrienta, vulgar pesadilla, el corazón latiendo bajo el sol de la mañana, los deslumbrantes rosas y azules de los ceniceros, tarjetas postales y calendarios de recuerdo de algún sitio.

Las paredes estaban pintadas de negro y había un carácter chino lacado en rojo sobre una de ellas.

-No sabemos lo que significa -dijo.

-Camisas a treinta y un centavos -sugerí. Se volvió hacia mí sonriendo con frialdad. Empezó a hablar de Hobi.

-Soy el ligue de Hoseok -dijo-. Trabaja para ser un buen ladrón. Es un trabajo como otro cualquiera. A veces por la noche llega a casa con una pistola y me dice que la esconda. También le gusta trabajar en la casa pintando y haciendo muebles.

Mientras hablaba se movía por el cuarto, saltando de una silla a otra, cruzando y descruzando las piernas, ajustándose las bragas como para que viera su anatomía por etapas.

Me contó que sus días estaban contados a causa de una extraña enfermedad.

-Solo se conocen otros veintiséis casos. Dentro de unos pocos años ya no seré capaz de ponerme de pie. Mi organismo no puede asimilar el calcio y los huesos se van disolviendo lentamente. Tendrán que amputarme las piernas y después los brazos.

Era, en realidad, como si no tuviera huesos, como si fuera una criatura de las profundidades marinas. Sus ojos tenían la frialdad de los de un pez y parecían mirar a través de un medio
viscoso. Podía imaginarse a aquellos ojos en una forma protoplásmica ondulando en las oscuras profundidades.

-La bencedrina es un buen rollo -dijo-. Tres tiras de papel o unas diez tabletas es bastante. O dos tiras y un par de cápsulas de seconal. Se juntan adentro y pelean. Un buen golpe.

Tres jóvenes maleantes de Brooklyn entraron.

Caras de palo, manos en los bolsillos, estilizados como un ballet.

Buscaban a Hobi.

Los había estafado en un trapicheo.

Por lo menos eso parecía.

Por lo menos eso parecía

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora