불연증 Insomnia

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Ahora Félix decía contrayendo sus abultados labios

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Ahora Félix decía contrayendo sus abultados labios.

—Deberías verme desnudo. Soy realmente atractivo.

Uno de los temas de conversación más desagradables de Félix consistía en las detallados partes que daba del estado de sus intestinos.

—Escucha —le dije—, nuestro contacto nos está dando material de menos. Solo conseguí preparar dieciocho cápsulas a partir de la última entrega, aunque la corté en la proporción de siempre.

—Bueno, tampoco puedes esperar demasiado de tipos así. ¡Si pudiera ir al hospital para que me dieran un buen enema! Pero no te lo ponen como no rellenes el boletín de inscripción, y yo no puedo hacer eso. Te tienen allí esperando durante veinticuatro horas por lo menos. Yo les dije: "Se supone que estoy en un hospital. Tengo dolores y necesito tratamiento. ¿Por qué no llaman a alguien que sepa de estas cosas y...?"

No había quien lo parase.

Cuando la gente empieza a hablar del movimiento de sus tripas es tan inexorable como los procesos de los que hablan.

Las cosas siguieron así durante semanas.

Uno por uno, los contactos de Mino me localizaron.

Estaban cansados de comprar a través de Mino, que robaba más de la mitad de las dosis de las cápsulas.

¡Vaya basca!

Rateros, maricones, jugadores de ventaja, soplones, vagabundos incapaces de trabajar, demasiado inútiles para robar, siempre sin dinero, siempre comprando a crédito.

En todo el grupo no había ni uno que no fuera a largarlo todo en cuanto un policía le preguntara:

—¿Dónde conseguiste esto?

El peor de todos era Woozi, un chico bajo, con aspecto entre maricón y
chuloputas.

Woozi era soplón hasta los huesos.

Lo más probable es que escribiera sucias listas de gente y se las leyera a la policía.

Te lo podías imaginar denunciando a los independentistas durante el levantamiento; dando información a la Gestapo; al servicio de la GPU; sentado en una cafetería hablando con uno de la estupa.

Siempre con la misma cara, con un traje pasado de moda, con su voz penetrante tan desagradable.

Lo más inaguantable de Woozi era su voz.

Era algo que te atravesaba de parte a parte.

Aquella voz constituyó mi primer conocimiento de su existencia.

Mino acababa de llegar a mi apartamento con el dinero de las ventas del día cuando fui llamado al teléfono del vestíbulo.

—Soy Woozi —dijo la voz—. Estoy esperando por Mino, y llevo esperando mucho tiempo. —Su voz alcanzó el nivel de chillido, casi de aullido cuando llegó a "mucho tiempo."

—Está aquí ahora —dije—. Supongo que lo verás directamente a él —y colgué.

Al día siguiente Woozi me volvió a llamar.

—Estoy cerca de tu casa. ¿Qué te parece si me acerco hasta ahí? Prefiero que estés solo.

Colgó antes de que pudiera decir nada, y diez minutos más tarde estaba llamando a la puerta.

Cuando una personalidad conoce a otra por primera vez hay un período de mutuo examen a nivel intuitivo, de empatia e identificación.

Pero llegar hasta el yo de Woozi resultaba absolutamente imposible. En realidad, su yo se reducía a ser el punto focal de una fuerza hostil.

Podía sentírsele moverse por la psique de uno y mirar a ver si en ella había algo de lo que pudiera hacer uso.

Me retiré un poco de la puerta para evitar su contacto. Entró titubeando y en seguida se sentó en la cama y encendió un cigarrillo.

—Es mejor que nos veamos a solas —su sonrisa era ambiguamente sexual—. Mino era un tipo demasiado nervioso —se puso de pie y me tendió cuatro dólares—. ¿Qué te parece si me desnudo aquí mismo? —dijo quitándose la chaqueta.

Nunca había oído a nadie usar aquella expresión para eso.

Por un momento pensé que estaba
haciéndome proposiciones.

Se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa.

Le di dos cápsulas y un vaso de agua. Se lo hizo él todo, cosa que le agradecí.

Observé cómo se picaba la vena, apretaba el cuentagotas y se volvía a bajar la manga.

Cuando uno está colgado, los efectos de un pinchazo no son dramáticos. Pero el observador que sabe mirar es capaz de ver la acción inmediata de la droga en la sangre y las células de otro adicto. Pero en Woozi no puede detectar ningún tipo de cambio.

Se puso la chaqueta y tomó el cigarrillo que había dejado en un cenicero. Me miró con sus ojos que parecían no tener profundidad. Eran como artificiales.

—Voy a decirte algo —dijo—. Estás cometiendo un error al confiar en Mino. Hace unas cuantas noches estaba en la cafetería Johnson y entró Jisung. Me dijo: "Sé que Mino le anda vendiendo a todos los malditos yonquis del Village. Estan consiguiendo un buen material -entre el dieciséis y el veinte por ciento-. Bien, puedes decirle a Mino esto: podemos atraparlo en cuanto queramos, y cuando lo tengamos va a trabajar para nosotros. Ya me hizo un trabajillo en otra ocasión. Volverá a hacerme unos cuantos. Vamos a averiguar de dónde viene ese material." —Woozi me miró detenidamente y chupó el cigarrillo. Luego, como distraídamente, me largó:

—Cuando agarren a Mino te agarraran a ti. Mejor será que le digas a Mino que si habla lo meterás en un saco y lo tirarás al río. Creo que con esto ya sabes bastante. Puedes hacerte cargo de la situación perfectamente.

Me miró tratando de descubrir el efecto de sus palabras. Era imposible de determinar cuánto me creía de toda esta historia. Quizá solo era un modo de decirme algo.

 Quizá solo era un modo de decirme algo

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora