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Trabajan como porteros, cocinan y sirven la comida, y también trabajan deayudantes de los vigilantes

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Trabajan como porteros, cocinan y sirven la comida, y también trabajan de
ayudantes de los vigilantes. Hay, una gran variedad de trabajos donde elegir.

Yo no iba a estar el tiempo suficiente como para trabajar. En cuanto dejaron de picarme empecé a encontrarme mal. Incluso con sedantes no conseguí dormir aquella noche. Al día siguiente la cosa fue peor. Era incapaz de tragar nada y para moverme tenía que hacer grandes esfuerzos. La dolofina evita el malestar, pero cuando la medicación cesa, uno empieza a sentirse mal.

Cuando la medicación nocturna se detuvo, decidí despedirme. Una fría tarde, cinco de nosotros tomamos un taxi en Lexington.

—Lo primero que hay que hacer es largarse de Lexington —me dijeron mis compañeros—. Vete directamente a la estación de autobuses y espera hasta que salga el primero. En caso contrario,
pueden detenerte.

En efecto, podían aplicarme la misma ley que a Benny. Se trata de una ley destinada, entre otras cosas, a proteger a los boticarios y médicos de Kentucky de las molestias que les causarían los adictos camino hacia o desde, la granja para drogadictos de Lexington.

También está destinada a evitar que los adictos se instalen en la ciudad de Lexington.

En Cincinnati, tras entrar en varias boticas, conseguí unos cuantos frascos de una onza de elixir paregórico. Dos onzas de paregórico pueden fijar a un adicto cuando su hábito es reducido, como el mío en aquella época.

Me bebí tres onzas de paregórico, seguidas de un poquito de agua tibia.

A los diez minutos noté la acción de la droga, y cómo desaparecía el malestar. Sentí hambre inmediatamente y salí del hotel a comer algo.

Al final fui a Texas y estuve unos cuatro meses sin tocar la droga. Luego me fui a Nueva Orleans.

Nueva Orleans ofrece una serie de ruinas estratificadas. Ruinas de los años veinte en Bourbon Street. De allí se pasa a otras ruinas de mayor antigüedad, en la conjunción del barrio
francés con el barrio chino, un estrato anterior: puestos de chile, hoteles arruinados, salones deotros tiempos con barras de caoba, escupideras y candelabros de cristal.

Ruinas del 1900.

En Nueva Orleans hay gente que no ha salido de los límites de la ciudad. El acento de Nueva Orleans es terriblemente parecido al de Brooklyn.

El barrio francés siempre está lleno de gente. Turistas, soldados, marineros, jugadores, degenerados, vagos y maleantes de todos los estados de la Unión.

La gente vagabundea, sin conocer a nadie, sin nada que hacer, y la mayoría tiene aspecto hosco y hostil. Es un sitio donde uno puede pasarlo bien de verdad. Hasta los delincuentes vienen aquí para sentirse tranquilos y en calma.

Pero una estructura compleja de tensiones, semejantes a los laberintos eléctricos empleados por los psicólogos para desequilibrar el sistema nervioso de los ratones blancos y las cobayas de
laboratorio, mantiene a los infelices buscadores de placeres en un estado de alerta indeclinable.

En primer lugar, Nueva Orleans es extraordinariamente ruidosa. Los automovilistas se guían sobre todo mediante el uso de los claxons, como los murciélagos.

Los residentes son antipáticos.

Los transeúntes resultan un conglomerado sin cohesión interna, de manera que nunca puede saberse qué comportamiento se puede esperar de ninguno.

Nueva Orleans me resultaba una ciudad extraña y no había forma de conseguir un contacto para la droga. Descubrí varias zonas de yonquis paseando por la ciudad: St. Charles y Poydras, el área alrededor y sobre Lee Circle. Canal y Exchange Place.

Las zonas de droga no se reconocen por
su aspecto, sino por cómo se sienten, por un proceso semejante al del zahori que busca y descubre agua subterránea.

Va uno paseando y de pronto la droga contenida en las células se mueve y se retuerce como la horquilla del zahori: "¡Aquí hay droga!"

No vi a nadie a quien dirigirme, y además quería seguir limpio, o por lo menos creía que quería seguir limpio.

Una noche estaba yo en el bar de Frank, junto a Exchange Place, tomando un cuba libre. Era un sitio equívoco: marineros y estibadores, maricas, tahúres del garito de poker nocturno de al lado, y algunos otros personajes inclasificables.

Al lado mío había un hombre de mediana edad, de cara delgada y larga y pelo gris. Le pregunté si quería tomar una cerveza conmigo.

 Le pregunté si quería tomar una cerveza conmigo

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora