Distric 9

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También dejé de lavarme

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También dejé de lavarme.

Cuando se usa droga la sensación del agua en la piel resulta desagradable por alguna razón, y los yonquis suelen negarse a tomar baños.

Se han escrito muchas tonterías sobre los cambios que padece una persona cuando ha adquirido un hábito.

De pronto, el adicto se mira en el espejo y no se conoce.

Los cambios son difíciles de especificar y no aparecen en el espejo.

Es decir, el adicto adquiere una especie de ceguera a medida que progresa en su hábito.

Por lo general, no se da cuenta de que está adquiriendo ese hábito.

Dice que no se adquiere un hábito si se tiene cuidado y se observan unas cuantas reglas, como por ejemplo pincharse un día sí y otro no.

De pronto, deja de observar esas reglas, pero cada pinchazo extra lo considera excepcional.

He hablado con muchos adictos y dicen que se sorprenden cuando descubren que tienen el primer cuelgue encima.

Muchos de ellos atribuyen sus síntomas a cualquier otra causa.

Cuando una persona se adicciona los demás intereses pierden importancia.

La vida queda enfocada hacia la droga, un fije y a esperar el siguiente, todo está lleno de "material" y "recetas" y
"agujas" y "cuenta gotas" y "cucharas."

A veces el adicto cree que lleva una vida normal y que la droga es algo accidental. Hasta que su provisión no se corta por alguna razón, no se da cuenta de lo que la droga significa para él.

—¿Por qué necesita estupefacientes, señor Sean? —es una pregunta que suelen hacer los psiquiatras estúpidos.

—Necesito droga para levantarme de la cama por la mañana, para afeitarme y para desayunar. La necesito para seguir vivo —es la respuesta.

Claro es que por lo general los yonquis no mueren por falta de droga. Pero, en un sentido muy literal, descolgarse implica la muerte de las células que dependen de la droga y su reemplazamiento por células que no necesitan droga.

SeungMin y su novia se trasladaron al mismo edificio de apartamentos. Todos los días nos reuníamos en mi casa después de comer para planear nuestro programa diario de droga.

Uno de nosotros tenía que entendérselas con un matasanos.

SeungMin siempre intentaba que fuera otro el que se ocupara del asunto.

—Esta vez yo no puedo ir. He reñido con él. Pero puedo explicarte lo que tienes que decirle.

O trataba de que JeongIn o yo fuéramos a probar con otro médico nuevo.

—No puede fallar. No le dejes que te diga que no. Estoy seguro de que es de los que extienden receta. Yo no puedo ir.

Uno de sus matasanos seguros quiso denunciarme de mano. Se lo conté a SeungMin y dijo:

—Seguramente está ya quemado. Alguien le hizo una putada uno de estos días. Seguro que fue por eso.

Después de eso no volví a arriesgarme con médicos desconocidos. Pero nuestro tipo de Brooklyn se hacía el remolón.

Todos los médicos terminan por cortar antes o después.

Un día, cuando SeungMin fue por su receta, el médico le dijo:

—Esta es la última que le doy y lo mejor que pueden hacer es desaparecer de aquí un tiempo. El inspector vino a visitarme ayer. Tiene todas las recetas que les había extendido a sus amigos. Me dijo que perdería mi licencia si extendía una receta más, así que ésta voy a ponerla con fecha de anteayer. Dígale al de la botica que ayer se encontraba demasiado mal para ir a comprarla. Han dado ustedes direcciones falsas en algunas ocasiones y eso es una violación del artículo 344 de la Ley de Salud Pública, así que no digan que no les he avisado. Por el amor de Dios, no me denuncien si los interrogan. Eso significaría el final de mi carrera profesional. Sabe perfectamente que siempre me he portado bien con ustedes. Quería haber dejado de hacer todo esto hace meses, pero no quería dejarles en la estacada. Déme un respiro. Aquí tiene la receta y,
por favor, no vuelva más.

SeungMin volvió al día siguiente. El cuñado del médico estaba allí para proteger el honor de la familia.

Tomó a SeungMin por la solapa y le echó fuera.

—La próxima vez que lo encuentre por aquí molestando al doctor no lo dejaré en condiciones de irse caminando por sí mismo —dijo.

Diez minutos después llegó JeongIn. El cuñado estaba dispuesto a darle el mismo tratamiento que a SeungMin, cuando JeongIn sacó un vestido de seda de debajo de su chaqueta y, volviéndose hacia la mujer del médico, que había acudido atraída por todo aquel follón, dijo:

—Pensé que quizá le gustase este vestido.

De este modo tuvo oportunidad de hablar con el médico, que le extendió una última receta.

Tardó tres días en conseguir que se la despacharan.

En nuestro botica habitual dijeron que los vigilaba el inspector y que no querían exponerse a despachar más recetas.

—Lo mejor será que desaparezcan —dijo el propietario—. Creo que el inspector tiene órdenes de detención contra ustedes.

Nuestro médico había hecho las maletas.

Se largó de la ciudad.

Recorrimos Brooklyn, el Bronx, Queens, Jersey City y Newark.

No podíamos conseguir ni pan topón.

Era como si los médicos estuvieran esperándonos, precisamente esperando por nosotros en su despacho para decirnos:

—Definitivamente, no.

—Definitivamente, no

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora