Levanter

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Iván me contó que los presos suelen robarles los pantalones a los novatos

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Iván me contó que los presos suelen robarles los pantalones a los novatos.

—Aquí hay una gente imposible.

Vi varios individuos que andaban en ropa interior. El comandante detenía a las mujeres y parientes que traían droga a los presos y les sacaba todo lo que tenían. Cazó a una mujer que le
traía una pápela a su marido, pero no tenía más que cinco pesos. Le quitó el traje y lo vendió por quince pesos y la mujer se volvió a su casa envuelta en una sábana vieja.

El penal estaba atestado de soplones. Iván tenía miedo de guardar un poquito del opio que le había traído yo por si alguno de los otros presos se lo quitaba o le denunciaba al comandante.

Empecé a quedarme en casa metiéndome tres o cuatro picos al día. Para hacer algo, me matriculé en la Universidad de México. Los estudiantes me parecieron un montón de infelices, pero, en realidad, no me fijaba demasiado en ellos.

Cuando se pasa revista a un año de droga, parece que no haya sido nada. Solamente se destacan los períodos de carencia. Se recuerdan unos pocos pinchazos de los primeros, antes del hábito, y los de cuando se ha estado verdaderamente enfermo.

(Hasta en México hay días en los que todo sale mal. En que la farmacia está cerrada o el dependiente tuyo tiene libre, el matasanos está de viaje en alguna fiesta y no hay manera de conseguir nada.)

La droga cortacircuita el sexo. El impulso de sociabilidad no-sexual procede del mismo lugar que el del sexo, y así, cuando estoy colgado de la H o de la M, no soy sociable. Si alguien quiere hablar conmigo, muy bien. Pero no siento necesidad de conocer a nadie. Cuando me descuelgo de la droga, entro muy a menudo en un período de sociabilidad incontrolada y me enrollo con el primero que esté dispuesto a escucharme.

La droga lo chupa todo, y no da a cambio más que la seguridad contra la carencia de droga. De vez en cuando reflexionaba sobre el negocio en el que estaba metido, y decidía hacer una cura.

Cuando uno está atiborrado de droga, parece fácil dejarlo. Se dice uno: "Ya no le saco ningún gusto al pico. Para eso es mejor dejarlo." Pero en cuanto te empiezas a sentir enfermo, la cosa cambia.

Durante el año o así que estuve drogado en México, empecé unas cinco curas. Probé a reducir los pinchazos, probé la cura china, pero no funcionó ninguna. Después del fracaso chino, hice unas cuantas papelinas y se las di a mi mujer para que las escondiera y me las fuera dando según un plan previsto. Iván me ayudó a preparar las pápelas, pero su cabeza no calculaba bien, y el plan de reducción empezaba con dosis fuertes y luego terminaba de repente, sin reducción progresiva.

Así que me fabriqué mi propio plan. Aguanté un cierto.tiempo siguiéndolo, pero no tenía motivación suficiente. Iván me pasaba material bajo cuerda y me proporcionaba excusas para los
pinchazos extras.

Sabía que no quería seguir tomando droga. Si hubiera podido tomar una decisión única, hubiera decidido no volver a probar la droga. Pero al llegar el proceso efectivo de dejarla, no tenía fuerzas suficientes. Eso me producía un sentimiento de desesperación terrible, veía como fracasaban todos los planes que me imponía, como si no tuviera control verdadero de mis actos.

 Eso me producía un sentimiento de desesperación terrible, veía como fracasaban todos los planes que me imponía, como si no tuviera control verdadero de mis actos

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora