해장군 Hero's Soup

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Los "Bien dispuestos" eran los que estaban en Lexington por primera vez y se les consideraba especialmente bien dispuestos para curarse de un modo permanente

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Los "Bien dispuestos" eran los que estaban en Lexington por primera vez y se les consideraba especialmente bien dispuestos para curarse de un modo permanente.

Evidentemente, el médico de la recepción no se había creído demasiado mis buenos propósitos.

Se acercaron otros y se unieron a nuestra conversación.

El pinchazo les había hecho sociables.

Primero llegó un negro de Ohio.

—¿Cuánto tiempo te han echado encima? —le preguntó el chico.

—Tres años —dijo el negro.

Lo habían cazado por falsificador y vender recetas. Empezó a contar una historia acerca de una condena que había cumplido en Ohio.

—Es un lugar jodido. Está lleno de hijos de putas. Cuando le das tu material al policía, suele acercarse otro que dice: "Dámelo a mí." Si no se lo das, te pega en toda la jeta. Después te pegan todos
al mismo tiempo. No vas a darles a todos.

Un jugador de ventaja y traficante de San Luis estaba describiendo un método para eliminar el ácido carbónico de un preparado de fenol, tintura de opio y aceite de oliva.

—Le dije al matasanos que mi madre era vieja y que utilizaba el preparado para el pelo. Una vez que has filtrado el aceite de oliva, pones el material en una cuchara que calientas a la llama del gas. De ese modo el fenol se quema. La operación viene a durar unas veinticuatro horas.

Un tipo de unos cuarenta años, de complexión fuerte y cabello gris, contaba cómo su novia le había pasado material dentro de una naranja.

—Estábamos en la prisión del condado. Nos cagábamos sin parar. De pronto, noté que la naranja sabía demasiado amarga. Por lo menos contenía quince o veinte granos inyectados con una jeringa. No sabía que la chica fuera tan lista.

—El guardián me dijo: "¡Drogadicto! ¿Qué mierda quieres decir con que eres drogadicto, hijo de puta? Aquí no tenemos más medicina que el jarabe de palo."

—Aceite de oliva y tintura. El aceite flota por arriba y puedes quitarlo con un cuentagotas. Luego calientas lo que queda hasta que parece alquitrán.

—Entonces me encontré con Philly, que estaba totalmente jodido.

—Bueno, entonces el matasanos dice: "De acuerdo, ¿cuánta cantidad suele usar usted?"

—¿Que nunca usaste láudano? Si hay miles de tipos que se pasan con eso...

—Lo calientas y después te lo picas.

—Dando cabezadas.

—Cargado.

—Eso era en el pasado. Veintiocho dólares la onza.

—Solíamos hacer una pipa con una botella y un tubo de goma.

—Lo calientas y después te lo picas.

—Dando cabezadas.

—¡Claro que puedes picarte cocaína! Te pega directamente en el estómago...

—Hay coca. Lo hueles al entrar.

Eran como seres hambrientos que solo hablan de comida.

Al cabo de un rato los efectos del pinchazo empezaron a ceder.

La conversación languideció.

La gente empezó a separarse.

Unos se tumbaron en sus camas, otros leían, otros jugaban a las cartas.

La comida se servía en la sala y era excelente.

Nos pinchaban tres veces al día. Una a las siete de la mañana, cuando nos levantábamos, otra a la una de la tarde y otra a las nueve de la noche.

Durante la tarde habían llegado dos nuevos conocidos: JungKook y Whono.

Corrí hacia Whono cuando estábamos alineados para el pinchazo de la noche.

—¿Te han echado el guante? —me preguntó.

—No. He venido a descolgarme. ¿Y tú?

—Lo mismo —respondió.

Con el pinchazo de la noche me dieron hidrato de cloral en un vaso. Cinco nuevos llegaron durante la noche. El vigilante estaba nervioso:

—No sé dónde voy a meterlos. Ya tengo treinta y un drogadictos aquí.

Entre los recién llegados estaba un hombre de cabello blanco llamado Bob. Tenía setenta años y era un antiguo traficante y carterista. Había llegado
con dos amigos en un coche. Camino de Lexington habían llamado al jefe de Sanidad, en Washington, y le rogaron que telefoneara al hospital para anunciar su llegada.

Llamaban Richard al jefe de Sanidad y parecían conocerle mucho. Pero el único que llegó aquella misma noche fue Bob. Los otros dos se dirigieron a un pueblo próximo a Lexington donde conocían a un médico que podía fijarles antes de que quedaran inmovilizados por falta de droga.

Llegaron hacia el mediodía del día siguiente.

Sol era un tipo gordo con cara de judío.

Apestaba a estafador.

Con él llegaba un tipo delgado que se llamaba Bunky. Bunky podía haber sido un viejo granjero, a no ser por sus ojos grises, serenos y fríos detrás de sus gafas. Estos eran los dos amigos de Bob. Todos ellos habían cumplido varias condenas, por lo general por tráfico.

Eran afables, pero mantenían cierta reserva. Contaban que querían dejar la droga porque los agentes federales los tenían muy fichados.

Como decía Sol:

—Demonio, me gusta la droga y quiero tener una habitación llena de ella. Pero si no puedo usarla sin que la policía me siga los pasos sin cesar, prefiero dejar de picarme.

Siguió hablando de algunos antiguos amigos suyos que habían empezado a picarse con él y ahora eran hombres respetables.

Siguió hablando de algunos antiguos amigos suyos que habían empezado a picarse con él y ahora eran hombres respetables

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Heterosexual¹ /Chanho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora