Capítulo 12

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– Quiero saber qué hacían en mi despacho – dijo la profesora Umbridge agitando el puño con que le sujetaba el pelo a Harry, de modo que éste se tambaleó.

– ¡Quería... recuperar mi Saeta de Fuego! – repuso Harry con voz ronca.

– Mentira – la profesora volvió a zarandearlo – Tu Saeta de Fuego está custodiada en los calabozos, como sabes muy bien, Potter. Tenías la cabeza dentro de mi chimenea. ¿Con quién te estabas comunicando?

– Con nadie – contestó Harry, e intentó soltarse, notando cómo varios cabellos se le desprendían del cuero cabelludo.

– ¡Mentira! – gritó la profesora Umbridge.

Malfoy estaba apoyado en la ventana sonriendo mientras lanzaba la varita mágica de Harry al aire y la recuperaba con una mano, quien se la había quitado minutos antes.

– Bien, veo que dentro de poco ya no quedará ni un solo Weasley en Hogwarts – dijo la profesora Umbridge mientras miraba los forcejeos de Ginny.

Los alumnos de Slytherin rieron con ganas.

– Potter – comenzó – Es evidente que te interesaba mucho hablar con alguien. ¿Con quién? ¿Con Albus Dumbledore? ¿O con Hagrid?

– No es asunto suyo. Yo puedo hablar con quién me dé la gana – gruñó.

El rostro de la profesora Umbridge se tensó un poco.

– Muy bien – continuó con su dulce voz, más falsa y peligrosa que nunca – Muy bien, señor Potter... Le he ofrecido la posibilidad de contármelo voluntariamente y la ha rechazado. No tengo otra alternativa que obligarlo. Draco, ve a buscar al profesor Snape.

Draco se guardó la varita de Harry en el bolsillo de la túnica y salió del despacho con la sonrisa en los labios, pero Harry apenas se fijó en él.

A continuación, se produjo un alboroto al otro lado de la puerta, y entonces entraron varios alumnos de Slytherin que arrastraban a Ron, Neville, Luna y, para sorpresa de todos, Atenea, con el labio roto, a quien Crabbe llevaba tan sujeta por el cuello que parecía a punto de ahogarse. Los habían forzado a los cuatro.

– Los tenemos a todos – anunció Warrington, un alumno de Slytherin, y empujó bruscamente a Ron hacia el centro del despacho – Ésta – dijo hincándole el dedo a Atenea en el hombro – Ha intentado impedir que agarrara a ésa – señaló a Luna – Así que la hemos traído también.

En aquel momento, en el despacho sólo se oían los inquietos movimientos y los forcejeos de Atenea y sus compañeros, a los que los alumnos de Slytherin intentaban dominar. A Ron también le sangraba el labio y estaba manchando la alfombra de la profesora Umbridge mientras intentaba librarse. Atenea cada vez estaba más roja e intentaba soltarse del cuello los brazos de Crabbe.

– Atenea... – Umbridge miró con sorpresa a la alumna – Así que lo sabía todo y por eso no aceptó ser parte de la Brigada Inquisitorial.

En eso Umbridge se acercó a ella, deshizo el agarre de Crabbe y ella misma la tomó por el cuello.

– Avramidis, traidora de tu propia casa – la profesora la miraba con furia y disgusto, sin dejar su espeluznante sonrisa – Espera a que tus padres se enteren de esto, y se van a llevar una gran decepción al enterarse que su hija ayudó a estos ineptos alumnos... no sabes la vergüenza que van a sentir al tener una hija como tú.

Sin embargo, Atenea mantuvo una expresión indescifrable cuando se oyeron pasos que se acercaban por el pasillo y Draco entró de nuevo en el despacho y le aguantó la puerta a Snape.

Pero al verla en la oficina casi sin respirar y con el labio sangrando, borró cualquier rastro de sonrisa en su rostro.

– ¿Quería verme, directora? – preguntó Snape, y miró a los de Gryffindor con un gesto de absoluta indiferencia, hasta que fijó su vista en la alumna de su casa.

– ¡Ah, profesor Snape! – exclamó la profesora Umbridge sonriendo de oreja a oreja y soltando a Atenea – Sí, necesito otra botella de Veritaserum. Cuanto antes, por favor.

Apenas soltó a Atenea, ella cayó al suelo, sobándose su cuello y tosiendo mientras trataba de respirar todo el aire posible. Draco caminó por toda la oficina hasta llegar donde se encontraba ella, se agachó y la sostuvo entre sus brazos con una mirada de preocupación.

– Le di la última botella que tenía para que interrogara a Potter – contestó Snape observándola con frialdad – No la gastaría toda, ¿verdad? Ya le indiqué que bastaba con tres gotas.

– Supongo que podrá preparar más, ¿no? – la profesora Umbridge se ruborizó.

– Desde luego – contestó Snape haciendo una mueca con los labios – Tarda todo un ciclo lunar en madurar, así que la tendrá dentro de un mes.

– ¿Un mes? – chilló – ¿Un mes, ha dicho? ¡La necesito esta noche, Snape! ¡Acabo de encontrar a Potter utilizando mi chimenea para comunicarse con alguien!

– ¿Ah, ¿sí? – dijo Snape, y por primera vez mostró interés y giró la cabeza para mirar a Harry – Bueno, no me sorprende.

– ¡Quiero interrogarlo! – gritó Umbridge fuera de sí, y Snape dirigió la vista al enfurecido rostro de la directora – ¡Quiero que me proporcione una poción que lo obligue a decirme la verdad!

– Ya se lo he dicho – repuso Snape con toda tranquilidad – No me queda ni una gota de Veritaserum. A menos que quiera envenenar a Potter, y le aseguro que si lo hiciera yo lo comprendería, pero no puedo ayudarla.

– ¡Está usted en periodo de prueba! – bramó la profesora Umbridge, y Snape volvió a mirarla con las cejas ligeramente arqueadas – ¡Se niega a colaborar! ¡Me ha decepcionado, profesor Snape! ¡Salga inmediatamente de mi despacho!

– Como quiera profesora, pero antes, si la encuentro nuevamente atacando a mi alumna, teniendo o no razones para hacerlo, se las verá conmigo y con el resto del Ministerio – habló Snape sin inmutarse.

Snape hizo una irónica reverencia y se dio la vuelta para marcharse, cerrando fuertemente la puerta. Atenea, quien ya se había parado con la ayuda de Draco, miró a la profesora Umbridge, que respiraba agitadamente, llena de rabia y de frustración.

– Muy bien – dijo, y sacó su varita mágica – Muy bien... No me queda otra alternativa. Este asunto va más allá de la disciplina escolar, es un tema de seguridad del Ministerio... Y espero que tú, Potter, veas y aprendas que las consecuencias de tus acciones no solo valen para ti, sino también para los demás.

– No me gusta nada tener que hacer esto, Avramidis, pero te las has buscado – afirmó la profesora– A veces las circunstancias justifican el empleo de... Estoy segura de que el ministro comprenderá que no tuve otro remedio... Seguro que la maldición Cruciatus te enseñará a no mentir – sentenció con voz queda.

– ¡No! ¡Es ilegal, profesora Umbridge! – gritó Hermione, pero la mujer no le prestó atención.

Tenía en la cara una expresión cruel, ansiosa y emocionada, mientras alzaba la varita.

– ¡El ministro no aprobará que viole la ley, profesora Umbridge! – volvió a gritar Hermione.

– Si Cornelius no se entera, no pasará nada – repuso la profesora jadeando ligeramente mientras apuntaba con la varita a distintas partes del cuerpo de Atenea intentando decidir, al parecer, dónde le dolería más, inspiró hondo y gritó – ¡Cru...!

– ¡Expelliarmus! – intervino Draco, desarmando a la profesora y lanzando su varita al otro lado de la habitación, mientras que con su mano libre tomó a Atenea del brazo, llevándosela rápidamente fuera de la oficina.

Feel Something |Draco Malfoy| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora