Capítulo 18

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Atenea se había dirigido hacia el despacho de Dumbledore, ya que quería hablar sobre cómo Lucius se había llevado a Draco, quien todavía no había regresado. Al entrar, no había nadie, pero decidió esperarlo. Empezó a caminar por la habitación y se acercó a la ventana, viendo una línea de color verde pálido que recorría el horizonte, lo que indicaba que no tardaría en amanecer.

El silencio y la quietud, interrumpidos tan sólo por algún que otro gruñido o resoplido de un retrato durmiente, le resultaban insoportables. Se paseó por el tranquilo y bonito despacho, respirando entrecortadamente e intentando no pensar, pero tenía que pensar, no había escapatoria...

Se sentía culpable de lo que había pasado. Si no le hubiese dicho la verdad a Draco esa noche en la Torre de Astronomía, no la habría seguido. Si no hubiese detenido a Harry, Lucius no se lo habría llevado. Pero si no hubiese agarrado a Harry, este podría haber muerto.

Era insufrible, no quería pensar en ello, no podía aguantarlo. Dentro de ella había un terrible vacío que no deseaba sentir. No deseaba estar sola con aquel enorme vacío, no lo soportaba...

Entonces unas llamas de color verde esmeralda prendieron en la chimenea vacía y Atenea se apartó de un brinco de la puerta y contempló al hombre que giraba en el fuego. Cuando la alta figura de Dumbledore salió de entre las llamas, los magos y las brujas de las paredes despertaron con brusquedad, y muchos de ellos dieron gritos de bienvenida.

– Gracias – dijo Dumbledore con voz tranquila.

Al principio no miró a Atenea, sino que se dirigió hacia la percha que había junto a la puerta, sacó de un bolsillo interior de su túnica a Fawkes, que ahora era un pájaro pequeño, feo y sin plumas, y lo colocó con cuidado en la bandeja de suaves cenizas que había bajo el palo dorado donde solía posarse el ave cuando estaba totalmente desarrollada.

– Bueno, Atenea – dijo Dumbledore apartándose al fin del fénix – Supongo que te alegrará saber que ninguno de tus amigos sufrirá secuelas por lo ocurrido esta noche.

Tenía la impresión de que Dumbledore estaba recordándole los problemas que había causado, pese a que su expresión era amable y no parecía acusadora.

– Sé cómo te sientes, Atenea – afirmó Dumbledore con serenidad.

– No creo que lo haga – negó en un susurro.

– No deberías avergonzarte de lo que sientes, Atenea – oyó que decía Dumbledore – Más bien al contrario. El hecho de que puedas sentir un dolor como ése es tu mayor fortaleza. Toma asiento, por favor – le indicó el director.

Atenea cruzó con lentitud la habitación, sentándose enfrente de Dumbledore, al otro lado de su mesa.

– Se lo llevaron – habló con rabia, apretando los puños sobre las rodillas – Lucius se lo llevó, y todavía no ha aparecido.

Dumbledore la miraba con expresión tranquila, y apoyó ambas manos sobre la mesa, mirándola fijamente.

– ¿Sabes algo? Creo que tus padres hicieron una buena elección al llamarte por tu nombre.

Atenea frunció el ceño, no entendiendo que tenia que ver con lo que le había informado.

– Atenea, diosa de la guerra y protectora de los héroes, por lo que fue denominada protectora de la ciudad de Atenas.

Empezó a hablar Dumbledore, mientras se alzaba de su asiento para caminar por la oficina, con las manos detrás de su espalda.

– Además, es considerada la diosa de la inteligencia y la reflexión, por eso se convirtió en la consejera de los dioses entre ellos de su padre Zeus. Es reconocida por su rol como consejera de numerosos héroes, lo que le dio la deidad de diosa de la sabiduría. Participó del lado de los griegos durante la guerra de Troya, lo que le otorgó también ser diosa de la justicia.

Cuando paró de caminar, se giró para verla, pero ella todavía estaba confundida del porque le estaba diciendo todo esto.

– Las cosas siempre pasan por algo, Atenea.

– Yo quería ayudar a los dos, quería estar para ellos al mismo tiempo, pero no lo logre – habló soltando un suspiro.

– Está bien. Salvarlos no es tu trabajo de todos modos, Atenea. Regresará, de eso estoy seguro – habló con voz tranquila.

Permanecieron callados mucho rato. Atenea oía voces más allá de las paredes del despacho. Debían de ser las de los estudiantes que bajaban al Gran Comedor para desayunar. Después de un largo silencio, ella decidió alzarse y dirigirse hacia la puerta.

– ¿Sabes? Hay algo curioso acerca de dos personas que se encuentran una y otra vez. No importa en qué situaciones terminen o cuán lejos estén... siempre se vuelven a encontrar. Esas son personas que tienen algo llamado "destino de su lado", Atenea, y estoy seguro de que esto habla por ustedes – concluyó Dumbledore.

Atenea le sonrió levemente, y salió de la oficina para dirigirse hacia su habitación, dispuesta a descansar lo que no había podido la noche anterior.

Al llegar, fue hasta su cama, y se recostó boca arriba, y cerró los ojos soltando un sonoro suspiro.

Pero su calma fue interrumpida por la lechuza que había entrado repentinamente a su habitación, con una carta en su pico.

Se enderezó para tomarla, acariciando de paso al ave, y la abrió.

"Solo quiero decirte que te extraño. No quiero que te sientas mal o que me digas que mejorará. Así es donde estamos destinados estar ahora mismo. Te extraño, y te necesito. Quería que lo supieras. Lo único que te pido, es que no me olvides, por favor.

Draco Malfoy"

No se había dado cuenta que había derramado algunas lágrimas hasta que una gota cayó en la carta.

– Por favor, regresa, te extraño – habló en voz baja, para ella misma, mientras arrugaba la carta en su pecho.

Feel Something |Draco Malfoy| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora