Capítulo 4

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A las cuatro con cincuenta y cinco, Atenea salió de su Sala Común y fue hacia el despacho de la profesora Umbridge, ubicado en el tercer piso. Llamó a la puerta y ella contestó con un «Pasa, pasa».

Atenea vio que Harry todavía no había llegado. Pasó por su cabeza el salir del despacho para buscarlo y no quedarse a solas con la profesora.

– Señorita Avramidis, tome asiento por favor.

Atenea, dudosa, se sentó frente a la profesora, dejando su mochila a su lado.

– Mientras esperamos al señor Potter, dígame ¿Cómo se encuentran sus padres? – le preguntó con una larga sonrisa.

– Mmm... pues, bien...

– Me alegro. Me parece sumamente divertido darle clases a la hija de Maximus y Helena. Hace poco he hablado con ellos. Por supuesto, hablo más con Helena y Narcisa que con Maximus y Lucius.

– ¿Ah, ¿sí? – preguntó Atenea sin mucho interés.

– Así es. Encantadoras parejas. – siguió sonriendo – No me causó mucha sorpresa que usted se haya sentado en mi clase, al lado del joven Malfoy. ¿Son tan amigos como lo son sus padres?

– Si.

Y como si los magos la hubiesen escuchado, de golpe, se escuchó tres toques en la puerta del despacho.

– Adelante.

Harry entró cauteloso, mirando a su alrededor, viendo, que Atenea ya se encontraba sentada frente a la mesa de la profesora.

– Buenas tardes, señor Potter.

– Buenas tardes, profesora Umbridge – repuso con frialdad.

– Siéntese, por favor – dijo señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que Harry acercó una silla.

Sobre la mesa había un trozo de pergamino en blanco que parecía esperar a ambos alumnos.

– Profesora Umbridge... esto... antes de empezar quería pedirle... un favor.

Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.

– ¿Un favor?

– Sí, mire. Bueno... Atenea y yo estamos en el equipo de quidditch. Y el viernes a las cinco en punto hay un partido entre Gryffindor y Slytherin, y me gustaría saber si... si nos podría librar del castigo esa tarde y trasladarlo a cualquier otro día...

– ¡Ah, no! No, no, no. Los he castigado por divulgar mentiras repugnantes con las que sólo pretenden obtener popularidad y los castigos no pueden ajustarse a la comodidad de los culpables. Así que, mañana vendrán aquí a las cinco en punto y cumplirán sus castigos como está planeado.

Harry, mirando hacia otro lado, se sentó dejando su mochila junto a la silla.

– Bueno, veo que ya estamos aprendiendo a controlar nuestro genio, ¿verdad? Ahora, quiero que escriban. No, con su pluma no – añadió cuando Harry se agachó para abrir su mochila. – Copiarán, con una pluma especial que tengo yo. Ahora, quiero que escriban «No debo decir mentiras».

La pluma tenía una plumilla extraordinariamente afilada.

– ¿Cuántas veces tenemos que copiar? – preguntó Atenea fingiendo educación, lo mejor que pudo.

– Ah, no sé, las veces que haga falta para que se les grabe el mensaje. Ya pueden empezar.

– Pero, no nos ha dado tinta – observó Harry.

– Ya. Es que no la necesitan – contestó la profesora, y algo parecido a una risa se insinuó en su voz.

Atenea puso la plumilla en el pergamino y escribió: "No debo decir mentiras" y soltó un grito de dolor.

Feel Something |Draco Malfoy| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora