Si había algo incuestionable, era que una de las clases en la que Draco sobresalía en Hogwarts era en Pociones, quizás porque el profesor Snape, que enseñaba la clase, parecía tener afinidad con la mayoría de los estudiantes de la casa de Slytherin.
Es incluso posible que Snape, como maestro de Pociones, le diera a Draco una ayuda extra en el tema para que se volviera mejor que sus compañeros. Pero en cambio Atenea, esa era la única clase que, a pesar de no desaprobar, sus notas eran bajas.
Al día siguiente el cual Draco se ofreció a enseñarle a su compañera, ambos quedaron en reunirse por la tarde en el aula de Pociones. El horario era perfecto para ella, ya que podía practicar con el Ejercito de Dumbledore temprano, para luego dirigirse a sus "clases particulares".
Atenea abrió la puerta del salón sin hacer mucho ruido, y encontró a Draco esperándola. Se encontraba sentado en una de las mesas, balanceando ligeramente en el aire ambas piernas de atrás hacia delante. Su mano derecha la tenía en su mejilla, mientras que con la izquierda sostenía el libro. Su rostro era de total concentración, reflejado por su ceño fruncido. Él no se dio cuenta que su amiga había entrado, así que siguió con la lectura del libro.
Luego de un par de segundos esperando que notase su presencia, tuvo que carraspear para que se diera cuenta que ya había llegado. Tomándolo desprevenido, alzó la mirada, se irguió y le dedicó una tímida sonrisa, para luego bajarse de la mesa.
– ¿Empezamos? – preguntó Draco cerrando el libro.
La poción que Draco le quería enseñar a Atenea era Amortentia, la cual no estaba en la lista de este año, pero eso no se lo diría a su compañera, ya que sentía curiosidad de saber qué cosas olería.
– La primera poción que vamos a hacer es Amortentia, pero antes, tienes que saber qué cosa es.
– ¿La poción de amor? – preguntó Atenea extrañada, ya que no había visto este brebaje en el índice del libro.
– No es cualquier poción de amor, es una de las pociones de amor más poderosas, de brillo nacarado. Su vapor se eleva formando espirales especiales. Tiene un aroma diferente para cada persona. No crea amor, sino muestra a quien más deseas – explicó Draco – Bien, lee en voz alta los ingredientes. Mientras tú los memorizas, yo voy a buscar los frascos – indicó, extendiéndole el libro ya abierto en la página correspondiente.
– Aquí dice... 3 pétalos de rosa azul, 3 cucharadas de azúcar blanca, una raíz de orquídea, agua del Mar Negro y por último... ¿Sangre de unicornio? ¿Acaso eso es legal?
– Se supone – contesta Draco, alzando los hombros desinteresado, y leyendo las etiquetas de los frascos ubicados en el gran estante.
– Oh no. No, no, no. Me rehúso a usar sangre de unicornio. No me parece que hayan matado al inocente animal solamente para que podamos hacer una poción que no nos va a servir para nada en el futuro.
– Ajá, y a mí no me parece justo que Snape me haya mandado a pasar mis tardes para enseñarte. La vida no es justa. Ahora, toma estos ingredientes y haz lo que te indica el libro – ordena el rubio, pasándole los frascos.
Rechistando, Atenea empezó a leer las indicaciones para la preparación de la poción. El primer paso era echar el agua del Mar Negro en una olla. Luego, esperar a que hierva el agua para introducir el azúcar, moverlo y esperar durante tres minutos hasta que el azúcar se haya derretido. Lo siguiente era echar los pétalos de la rosa azul con la raíz de orquídea. Nuevamente se esperan tres minutos y finalmente se introduce la sangre de unicornio.
– Perfecto. No fue tan difícil ¿verdad? Ahora, vierte el líquido de la olla a este frasco – indicó, pasándole una pequeña botella de vidrio transparente.
– Agítalo, y dime que hueles – ordenó Draco, cruzándose de brazos, impaciente por saber a quién olería.
– No, tú huele primero – respondió Atenea, pasándole la poción a su amigo.
– Damas primero – insistió, entregándole nuevamente el frasco.
– No me vengas ahora con esas cosas, Malfoy – le regañó, empezando a perder la paciencia.
Rendido, soltó un suspiro y de mala gana abrió el corcho que sellaba la pequeña botella.
– Bien, yo huelo a loción de coco, pergamino y césped... Eh... Toma, te toca a ti – le pasó el frasco rápidamente y empezó a dar vueltas por todo el salón, para evitar que su compañera viese su ligero sonrojo.
– Yo huelo a césped, libros viejos, manzana verde... – y al darse cuenta a quien se refería, retiró la mirada de los ojos sorprendidos de su compañero, quien apenas ella empezó a nombrar las cosas que él mismo sabía de quien era, paró su caminata para voltearse a verla.
– Draco... – ella alzó la mirada para encontrarse nuevamente con aquellos ojos azules.
A pasos lentos y dudosos, ella se acercaba hacia donde él estaba, mientras se veían con una mirada entre sorprendida y confundida. Ya a unos centímetros de distancia, se paró en su lugar. Ahora, era Draco que iba acortando la distancia que había entre ellos. Alzó lentamente ambas manos hasta depositarlas a cada lado del rostro de Atenea, y empezó a acercarse, para finalmente juntar sus labios.
Era solo una presión suave, vacilante y nerviosa, enviando corrientes eléctricas por todo su cuerpo. Ahora era Atenea quien pasaba sus brazos por detrás de la nuca del chico, acabando con el espacio que había entre ellos. Al separarse, Draco bajó las manos de su rostro y tomó sus manos, entrelazando los dedos, todavía queriendo estar cerca, y cada uno mirando hacia abajo, sonriendo tontamente.
Pasaron un par de segundos, hasta que Draco se alejó un paso con una exhalación nerviosa y temblorosa, soltando la mano de Atenea rápidamente, como si estuviese tocando fuego.
Ella seguía en trance por lo que acababa de pasar, pero fue sorprendente cómo las expresiones de su rostro pasaron de esperanza, a confusión y tristeza en tan solo un par de segundos.
Sin siquiera cruzar palabra alguna, Draco retrocedía lentamente, con los ojos en todos lados menos en ella, y salió rápidamente de la sala, dejándola sola.
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Feel Something |Draco Malfoy|
Fanfiction- ¡Expecto Patronum! - gritó Draco con todas sus fuerzas. Pero, sin ver resultado alguno, Atenea tuvo que invocar ella misma a su Patronus, para encerrar nuevamente a los dementores a la caja. - No puedo hacerlo. - Si puedes, sólo tienes que pensar...