Capítulo 16

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– Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

– Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger, Atenea Avramidis, Ginny Weasley, Neville Longbottom, Luna Lovegood... – dijo Harry muy deprisa –Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos haya adelantado.

– Gracias – replicó la voz tras el teléfono – Ya pueden pasar.

El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal. Los thestrals, que seguían hurgando en el contenedor, se perdieron de vista. La cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de Magia.

– El Ministerio de Magia les desea buenas noches – dijo la voz de mujer.

– ¡Vamos! – indicó Harry en voz baja, apenas se abrió la puerta, y los siete echaron a correr por el vestíbulo, llegando hasta el ascensor.

Al bajar, se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el suelo y el techo. Alrededor de la pared había una serie de puertas idénticas, sin picaporte y sin distintivo alguno, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.

Mientras contemplaba las puertas que tenía delante, intentando decidir cuál debía abrir, se oyó un fuerte estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando.

Al momento en que dejó de moverse, Harry caminó con decisión hacia la puerta que tenía delante y entró con los demás siguiéndole el paso. Apenas entraron, vieron hileras de altísimas estanterías llenas de pequeñas esferas de cristal.

– Creo que tenemos que ir hacia la derecha – apuntó Hermione mientras miraba el numero de la hilera – Hacia la noventaisiete.

El grupo avanzó con lentitud girando la cabeza hacia atrás a medida que recorría los largos pasillos de estanterías, cuyos extremos quedaban casi completamente a oscuras.

– ¡Noventa y siete! – susurró entonces Hermione.

– Harry ¿Has visto esto? – le preguntó Atenea.

– ¿Qué ocurre? – inquirió Harry.

– Lleva... lleva tu nombre – contestó Atenea.

Harry se acercó un poco más. Atenea señalaba una de las pequeñas esferas de cristal que relucía con una débil luz interior, aunque estaba cubierta de polvo y parecía que nadie la había tocado durante años.

– Creo que no deberías tocarla, Harry – opinó Hermione al ver que Harry estiraba un brazo.

– ¿Por qué no? – repuso él – Tiene algo que ver conmigo ¿no?

Harry levantó la bola de cristal y la miró fijamente. Pero no pasó nada.

Y entonces, a sus espaldas, una voz que arrastraba las palabras dijo:

– Muy bien, Potter. Ahora date la vuelta, muy despacio, y dame eso.

Los rodearon unas siluetas negras salidas de la nada, que les cerraron el paso a derecha e izquierda. Varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de unas máscaras.

– Dame eso, Potter – repitió la voz de Lucius Malfoy, que había estirado un brazo con la palma de la mano hacia arriba.

Atenea notó un espantoso vacío en el estómago. Estaban atrapados, y los doblaban en número.

– ¡Quiero saber dónde está Sirius!

– "¡Quiero saber dónde está Sirius!" – se burló Bellatrix, que estaba a su izquierda, caminando a paso lento pero intimidante.

– Ya va siendo hora de que aprendas a distinguir la vida, de los sueños, Potter – dijo Malfoy – Dame la profecía inmediatamente, o empezaremos a usar las varitas.

– Adelante – lo retó Harry, y levantó su varita mágica hasta la altura del pecho.

En cuanto lo hizo, las seis varitas de Atenea, Ron, Hermione, Neville, Ginny y Luna se alzaron a su alrededor.

Lucius, al reconocer el rostro de Atenea, levantó ambas cejas, sorprendido.

– Atenea... ¿Qué haces con ellos? – soltó en un susurro – Ven conmigo. Puedes confiar en mí, me conoces, ven con nosotros.

– No hay manera, Lucius – gruñó Atenea entre dientes.

– ¿Vamos a tener que aplicarte nuestros métodos de persuasión, Potter? – preguntó Bellatrix – Como quieras. Que vea cómo torturamos a su amiguita. Ya me encargo yo.

Harry notó que los demás se amontonaban alrededor de Atenea, pero dio un paso hacia un lado y se colocó justo delante de ella, mientras abrazaba la esfera.

– ¡Corran! – gritó Harry mientras las estanterías flaqueaban peligrosamente y seguían cayendo esferas de cristal, ya que había lanzado un "reducto" hacia las estanterías.

Delante de ellos estaba la puerta entreabierta, por la que habían entrado antes, y pasaron disparados por el umbral.

Pero de repente, en la parte más elevada de la sala se abrieron dos puertas y cinco personas entraron corriendo en la sala: Sirius, Lupin, Moody, Tonks y Kingsley.

– ¡Harry, sujeta bien la profecía, anda con ella y corre! – gritó Sirius, señalando a Atenea, y fue al encuentro de Bellatrix.

Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció su amiga y corrieron.

– ¡La profecía! ¡Dame la profecía, Potter! – gruñó Lucius Malfoy, interrumpiendo su paso – Si es que no quieres ver a tu amiga morir a tu lado – amenazó, apuntando a Atenea con su varita.

– ¡Impedimenta! – se escuchó una voz conocida, haciendo que Lucius saliera volando hacia atrás.

– ¡Draco!

Atenea corrió hacia él y lo abrazó fuertemente. Harry, desesperado, no sabía que hacer en ese momento.

– ¡Que haces aquí! – exclamó Draco, mientras se separaba de ella – ¡Podrías haber muerto!

– Pero... no pasó nada – trató de tranquilizarlo – ¿Cómo llegaste?

– Los seguí hasta aquí. Cuando te fuiste apresurada de la torre no dudé en seguirte.

– Atenea... – escuchó la voz de Harry que la llamaba, preocupado.

Cuando volteó al llamado, vio que la pequeña esfera de cristal saltó por los aires unos tres metros y se estrelló contra el piso. Harry y Atenea se quedaron mirando el lugar donde se había roto, horrorizados por lo que acababa de pasar.

– Harry... – hablo Atenea con voz inquieta.

– ¡No importa! – gritó él – Tenemos que salir...

Feel Something |Draco Malfoy| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora