Lo Bueno De Ser Paciente

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Tsunade no vuelve a mencionar el asunto hasta dos días más tarde, cuando acabamos de comer.

—Bueno, escúchame bien—dice.—Prohibido tocarse.
Tu te quedas en tu lado de la habitación y él se queda en el suyo. Ya se lo dejé bien claro a él también.

Entiendo sus palabras, pero no comprendo lo que me quiere decir con ellas.

—¿Cómo? Es.?¿está aquí? ¿Está ya dentro de la casa?

—Tú te quedas en tu lado, él en el suyo. Prohibido tocarse. Me entendiste?

La verdad es que no, pero asiento con la cabeza.

—Te está esperando en el solárium.

—¿Se descontamino?

Tsunade me mira con cara de (por quién me tomas?).

Me levanto, me siento y me vuelvo a levantar.

—Dios mio.—suspira ella—. Anda, ve a arreglarte. Te doy veinte minutos, ni uno más.

No es que el estómago se me haya puesto al revés: es que está dando saltos mortales sobre una cuerda floja, sin red debajo.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Tsunade se acerca, me levanta la barbilla con suavidad y me mira a los ojos durante un rato tan largo que empiezo a removerme sin querer. Casi puedo ver cómo su mente rebusca entre las muchas cosas que me querría decir.

Al final, solo dice:

—Te mereces algo, aunque sea pequeño.

Así es como Sakura consigue todo lo que se le antoja: lo pide, y el enorme corazón de su madre acaba por convencerla de que se lo dé.

Voy corriendo al espejo para arreglarme. Ya casi no recuerdo mi aspecto; la verdad es que no dedico mucho tiempo a contemplarme.

¿Para qué, si nadie más me ve? Me gusta pensar que soy una combinación exacta, al cincuenta por ciento, de cada uno de mis padres. Mi piel es tan blanca, que parezco un zombie, palida. Mi pelo, muy largo de color azul oscuro  acompañado con dos largos mechones a los lados enmarcando mi cara y el flequillo recto. Hasta mis ojos son de un color blanco malva (raros).

Aparto la vista del espejo y luego vuelvo a mirar mi reflejo rápidamente quiero atraparme desprevenida para captar una imagen más real, como la que verá Sasuke, en un momento. Intento reírme y luego sonrío, primero enseñando los dientes y luego ocultándolos. Incluso frunzo el ceño, aunque espero no tener que adoptar esa expresión,

Tsunade observa cómo me hago tonta, divertida y perpleja al mismo tiempo.

—Me estás recordando a mí misma cuando tenía tu edad— dice.

Le contesto sin voltearme, buscando sus ojos en el espejo:
—¿Segura de que quieres hacer esto? ¿No te parece arriesgado?

—¿Pretendes hacerme cambiar de opinión?—pregunta, y luego se acerca y me pone una mano en el hombro.
Todo es arriesgado. No hacer nada también es un riesgo. Depende de ti.

Me giro y observo mi habitación blanca, mi sofa blanco mis estanterías blancas. Todo es familiar, inmutable, seguro. Pienso en Sasuke, que estará esperándome helado por la descontaminación. El es lo opuesto a todas esas cosas. No es familiar. No es seguro.

Es el mayor riesgo que he corrido jamás.

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