Sasuke

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El solárium es mi lugar favorito de toda la casa. Está hecho casi todo de cristal, desde el techo hasta las paredes, que son enormes ventanales que asoman a la parte trasera del jardín.
Por dentro, parece el decorado de una película ambientada en la selva amazónica, lleno de plantas tropicales tan exuberantes que casi parecen de verdad. Hay palmeras y bananos cargados de frutos artificiales, y también hibiscos cuajados de flores falsas que trepan por todas partes. Incluso tiene un arroyuelo burbujeante que atraviesa la sala, aunque sin peces (bueno, los hay, pero no están vivos). Los muebles son de mimbre blanco un poco deslustrado por el tiempo que llevan al sol. Como se supone que imita un clima tropical, mi padre siempre tiene encendido un aparato de aire, y las hojas de las plantas se agitan suavemente con una brisa cálida y constante.

Normalmente me gusta estar allí, porque puedo imaginarme que las paredes de cristal no existen y que estoy fuera. Otras veces, me hace sentir como un pez en un acuario. Al llegar veo a Sasuke encaramado en la pared del fondo, que está cubierta de rocas artificiales. Ya logró llegar a me dia altura. Me mira, y luego toma con los dedos una hoja de banano.

-No es de verdad -dice.

-No es de verdad -le digo yo al mismo tiempo.
Sasuke suelta la rama, pero no baja de su atalaya. Para él, trepar es como caminar para el resto de los mortales.

-¿Vas a quedarte ahí arriba? -le pregunto, porque no sé qué otra cosa decir.

-Estoy considerándolo, Hinata. Tsunade me dijo que tengo que mantenerme lejos de ti, y no me parece que lo haya dicho en broma.

-Puedes bajar, tranquilo -replico-. Tsunade no es tan terrible como parece.

-Bueno.

Desciende como si no le costara ningún esfuerzo, se mete las manos en los bolsillos, se apoya contra la pared y se pisa un pie con el otro. Creo que nunca lo he visto tan quieto como ahora: debe de tener miedo por si me asusta.

-¿Y si entras?-me dice, y solo entonces soy consciente de que sigo plantada en el umbral, con la mano todavía en la cerradura.

Entro y cierro la puerta, sin dejar de mirarlo. Sus ojos azabeche siguen cada uno de mis movimientos.

Después de tantos días mandándonos mensajes, pensé que había llegado a conocerlo; y sin embargo, ahora que lo veo delante de mí, me doy cuenta de que no es en absoluto como yo pensaba. Es más alto y mucho más musculoso, aunque nada corpulento. Sus brazos son largos y definidos, y las mangas de su camiseta negra se ajustan alrededor de los bíceps. Tiene la piel blanca. Sé que sería cálida si la tocara.

-De cerca eres distinto -balbuceo.

El sonrie, pero sus sonrisa es muy sensual...

-Lo sé. Más sexy, ¿verdad? No pasa nada, puedes decirlo.

Contengo una carcajada.

-¿Cómo te las arreglas para cargar con un ego de semejante tamaño?

-Gracias a mis músculos -responde sin dudarlo, flexionando los brazos y levantando una ceja.

Tiene un aspecto tan cómico que, por un momento, se me olvida que estoy nerviosa. Pero la pausa se alarga unos segundos de más mientras él me mira fijamente, y vuelvo a recordarlo.

- Tienes el pelo larguísimo - dice al fin-. Y no me habías dicho que tienes pechos grandes.

-¿Tendría que haberlo hecho?

-Los pechos pueden ser esenciales... -responde con una sonrisa, con aquella sonrisa muy sensual que vuelve a aparecer.

Camino hasta el sofá y me siento. El se apoya de nuevo en la pared de roca, al otro lado del solárium.

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