Sentimientos controlados.

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Prólogo.

Frío, fue de lo primero que fui consciente que sentía. El frío envolvía por completo mi cuerpo, era absorbido por cada poro de mi piel, congelando mis huesos, consumiendo mi alma. ¿Cómo sabía aquello? No tengo ni idea, de lo único que estaba segura era que la oscuridad era su acompañante y, tenía miedo de abrir los ojos, pero también tenía miedo de permanecer en aquella eterna noche y aquel escalofriante silencio.

Finalmente, y armándome de valor, abrí los ojos. Parpadeé repetidas veces mientras aún permanecía acostada en el suelo. Por la pesadez, rigidez de mi cuerpo y dificultad para moverme, adiviné que había permanecido varias horas en la misma posición. Difícilmente logré sentarme.

Dirigí mi mirada a mi alrededor, necesitaba desesperadamente saber dónde me encontraba.

Posé mi vista en el cielo, éste estaba comenzando a aclararse, permitiéndome así distinguir lo que me rodeaba. Me encontraba en lo que parecía ser un... ¿bosque?, o un... No lo sabía en realidad.

Me fijé en todo aquello que me rodeaba, había pocos árboles, y yo estaba sentada en la hierba. Asimismo, había lugares que no estaban cubiertos por él, que tan sólo estaban hechos de pura piedra. A mi derecha, había algo parecido a un acantilado, o barranco. No sé cuál es la diferencia. Con mucho cuidado, me atreví a asomarme hacia abajo, y, al hacerlo, una especie de mareo me invadió, pues la caída era inmensa y abajo solo había rocas y una línea de agua, es decir, un pequeño riachuelo.

Así pues, preferí mirar más allá, hacia el horizonte. Sin embargo, sólo había más árboles y una pequeña pradera, o un... ¿Cómo era su nombre? ¡Oh, no lo sé!, y aquello no era que me estuviera ayudando mucho a saber dónde me hallaba.

Cuando logré ponerme de pie, las piernas me temblaban tanto que tenía miedo de perder el equilibrio y caer al vacío, por lo que di unos cuantos pasos hacia atrás para evitar a toda costa la orilla del barranco.

Cuando finalmente las piernas me respondieron, comencé a palparme en busca de alguna herida. Comencé por mi cabeza, palpando cada parte de ella, pero no encontré nada, a excepción de mi cabello enredado y lleno de tierra, por lo demás, en mi cabeza no había nada extraño. Proseguí con mi rostro, el cual estaba igual de sucio que mi cabello, pero nada más, así que continué con el cuello, los brazos, el estómago y las piernas, no encontré nada. Me tranquilicé ante este hecho, no podría soportar no saber dónde me encontraba, estar desorientada, y además tener que afrontar el hecho de estar herida. Entonces me miré la vestimenta que llevaba, tenía toda la ropa sucia e incluso desgarrada. ¿Qué me había pasado?

Dejé salir el aire que mis pulmones contenían y me senté de nuevo en la hierba. En la hierba, rodeé mis piernas con mis brazos, recargué la barbilla en las rodillas y cerré los ojos. Así me sería más fácil pensar y podría tranquilizarme, o eso esperaba.

Sin embargo, muchas preguntas rondaban por mi cabeza, pero, por encima de ellas, se encontraba quizás la más importante: ¿Cómo había terminado allí y por qué?

Intentaba centrarme, centrarme en mis pensamientos, pero estos parecían no existir. Aquello hacia que el miedo regresara a mí, a cada parte de mi cuerpo, acelerando mis pulsaciones y haciendo mi respiración tenue, casi no podía respirar, estaba en una situación de agnosia, sentía ansiedad.

Realicé la respiración profunda, al menos quince veces, e intenté concentrarme de nuevo, pero, nuevamente, no surgió efecto. Así pues, decidí concentrarme en dónde había estado antes de despertar aquí y qué había hecho, pero tampoco pude recordarlo.

Me puse en pie de nuevo, frustrada, comenzando a dar vueltas, tratando una y otra vez de recordar algo, lo que fuera, algo que me ayudara, o quizás algo insignificante, en aquel momento me daba igual qué recordar, me conformaba con recordar algo, lo que fuera, pero nada. Lo peor de todo fue cuando caí en la cuenta de algo, algo importante, muy importante: mi nombre. No recordaba mi nombre.

Sentimientos controlados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora