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Las reglas de la Elite ahora eran solo el fantasma de un mundo aristocrático que el libertinaje había asesinado hace unas cuantas décadas atrás. La muerte de las antiguas reglas fue un suceso inevitable, uno que muchos habían visto venir tras el final de los Romanov o la revolución francesa. De igual manera, el consenso público siempre ha sido un sueño, y las viejas costumbres son más difíciles de matar que una persona.

La mayoría de los alfas y sus castas entendieron que la sumisión de los omegas y el desgano por los betas iban a terminar, tarde o temprano, con sus cabezas empaladas adornando los jardines de sus grandes terrenos y fincas que tanto trabajo les costaba a la servidumbre mantener. Así se formó el mundo moderno, con dos corrientes de opinión: las familias que se quedaron en Europa fueron las castas cuyas ideologías ahora solo representaban poder por los apellidos y el dinero. De costumbres y castigos ya no se tenían que cuidar mucho, el dinero era lo único que reinaba.

Las familias más reacias a los cambios se marcharon a países en donde la diferencia entre alfas, betas y omegas era todavía algo arcaica en su concepto y solo importaba en el trabajo. Los betas eran obreros, los omegas trabajaban en labores que no requerían fuerza bruta y los alfas tenían libre elección, siendo preferidos como jefes por su liderazgo. El único problema era que en estos países no existían bailes encantadores, ceremonias para demostrar el poder de la familia o exquisitas reglas y formación con la finesa a la que acostumbraban en Europa, por lo que las familias que abandonaron el continente plasmaron sus propias costumbres en una nueva sociedad: una en donde la opinión pública gobernaba tanto como el poder y el dinero, y los títulos nobiliarios eran inexistentes.

Fue entonces como los americanos dejaron de preocuparse tanto por el dinero, y comenzaron a darle importancia a la reputación y comenzaron a admirar a las ceremonias burguesas. De a poco, las sociedades para nada acostumbradas a los bailes y ceremonias, al cortejo y a la buena educación comenzaron a participar en las costumbres de los recién llegados. Y por cada matrimonio que se celebraba, la cúspide de la sociedad más disfrutaba de la novedad que los extranjeros traían consigo.

El matrimonio de los padres de Harry había sido una unión por conveniencia, para la sorpresa de nadie.

Hijo de una exitosa línea de comerciantes, más tarde financistas, Desmond Styles tenía tanto dinero como poder, por lo que cuando le comentó a su familia que había puesto sus ojos en la familia Selley, descendientes de un Ducado ingles nadie lo cuestionó dos veces. La familia Selley solo tenía dos hijas omegas y a Desmond le daba igual con cual casarse.

Al parecer la mayor había escapado a Suiza con un beta, pero la noticia nunca llegó a los oídos de Desmond. Cuando los Selley presentaron a su hija menor en bandeja durante la temporada de Styles, la decisión del alfa ya estaba tomada para el desconocimiento de la alta sociedad.

El matrimonio era solo un capricho para un Alfa en edad de sentar cabeza, un alfa que le agradaba la idea de alardear sobre su nueva omega inglesa, y del ducado de sus antepasados. Los ingleses tenían buena reputación, terrenos, y conexiones en Europa. Y a pesar de que Alfa Selley había encontrado dificultades financieras durante esos años, la familia Styles no lo consideró un problema mayor. El dinero que tenían era suficiente para ayudar a un hombre honrado.

Anne no había decepcionado en sus modales, ni tampoco en su labor de entregarle un primogénito alfa. Para esas alturas no era una regla que fuera totalmente importante, pero como todas las cosas, a Desmond Styles le gustaba mantenerse invicto en sus logros. Harry llegó al mundo haciendo a ambos padres muy felices.

Luego de aprender a tolerarse, el amor había llegado como un extraño agregado a una poderosa unión.

— Ve a cambiarte los zapatos, Amelia. Mi hijo y su acompañante ya están por llegar y no deberías verte más alta que yo.