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Harry estaba allí para ahogar su fastidio.

Se sentó en el primer taburete que vio a sabiendas de que algunos omegas ya habían notado su presencia en el 207.

Una chica de unos veintitrés le dedicó una mirada prolongada y notoria mientras él se abría paso a la barra. Harry solo tuvo que mirarla de soslayo, con la barbilla alzada y sin un ápice de interés en sus ojos gélidos para que la omega temblara del miedo y diera un respingo que casi hace salpicar su blue bird a la rubia de al lado.

Quiso poner los ojos en blanco por aquella grotesca falta de decoro, pero no quería perder el tiempo en nimiedades. Juzgó su miedo con la comisura de su boca y acabó por ahuyentar al resto de omegas que parecían alborotados como gallinas en gallinero por su pura presencia.

Aquella no era una buena manera de presentarse en una noche que pretendía ser de cacería, pero ya no tenía remedio. No estaba de humor.

Si algo lo había llevado allí no era para entretener a omegas fáciles de impresionar y espantar, por lo que se acomodó satisfecho en el taburete en completo conocimiento de que su mensaje estaba claro: quería jugar, pero no perder su tiempo. Su humor estaba punto de llegar a su límite y el suave blues poco ayudaba.

Había escogido el 207 porque quería acostarse con alguien. Alguien diferente a los que llenarían su oficina por montones una vez su temporada de cortejo fuera anunciada y una realidad. Le esperaba una larga fila de omegas con apellidos importantes, hederos millonarios con la mejor educación que el dinero pudiera pagar y reputación intachable que nadie se atrevería a cuestionar. Por lo que cuando se sentó a pensar en una buena despedida, lo primero que se le vino a la mente fue buscar los brazos de alguien que sabía era todo lo contrario.

Lo que lo llevó allí fue nada más que una estúpida decisión autodestructiva, peligrosa y potencialmente polémica si es que trascendía a más... y la última que tendría el gusto de permitirse una vez que tomara como omega a alguno de los sosos hijos de los amigos de sus padres.

Su temporada de cortejo sería rápida. Buscaría al menos desagradable, al que estuviera dispuesto a entender que a él solo le importaba su trabajo, y al que pareciera dispuesto a aceptar que su amor no era parte de la oferta. Estaba dispuesto a proveer como alfa, su orgullo y honra en gran parte nacían de jactarse de sus buenos valores y trato justo con los omegas, pero pretendía que la temporada y el enlace no fuera más que una transacción: una en donde él prometía el apellido Styles, su sello y protección, a cambio de un apellido a la par con el de su familia y que el omega no fuera confabulador, mentiroso o demasiado ambicioso. No quería sentimientos involucrados, pero si algo de sexo casual.

Se preguntó cuáles eran las probabilidades de que un omega como ese se presentara en su temporada, y también si tendría la suerte suficiente como para encontrar a alguien siquiera. No era ningún secreto de que los omegas eran enamoradizos por naturaleza, dispuestos a complacer y a servir de la manera en que su alfa esperaba.

Harry no sabía si tenía la paciencia para soportar a alguien que lo mirara todos los días como si fuera algún tipo de Dios, que buscara su aprobación en todo momento o que cambiara su naturaleza solo para complacerlo.

La idea sinceramente no lo cabreaba tanto como lo hacía el hecho de fingir que estaba bien con todo aquello. Era más fastidioso que fuera una imposición de sus padres ineludible por parte de los Styles, y un requerimiento tácito por parte de sus empleadores Charles Miller y Cecile Davis para ser socio.

Por ahora, lo único que podía hacer al respecto era contentarse con algo de emoción, un pequeño desafío y una inyección de adrenalina que sacudiera por una noche las bases de su vida perfecta y ya planificada que estaba a una temporada de cementar como más perfecta y perfectamente controlada.

say my name ; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora