XVII

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ALEC

Las paredes rosadas adornadas por pequeñas estrellas que se iluminaban en la noche me dieron la bienvenida; era una habitación que conocía tan bien, me había pasado horas sentado en el borde de la cama adornada por pequeñas rosas en el respaldar a juego con la colcha y cojines.

— ¿Quieres una taza de té? — preguntó una voz a mis espaldas; era la voz de una pequeña niña de cabello color chocolate y rizado en las punta, vestía un antiguo vestido blanco de mangas largas y dobladillo con puntilla.

— Gracias — murmuré cuando me extendió una pequeña taza de porcelana con diminutas rosas en los bordes.

— Siéntate — suplicó señalando la minúscula silla en frente a la suya, sin mucha resistencia desprendí los botones de mi saco y me senté; mis largas piernas quedaban dobladas y mis rodillas parecían estar a la altura de mi pecho. La niña sirvió un espeso contenido en su taza y con delicadeza dejó la tetera en su lugar; miré el líquido de mi taza y lo que un momento tenía olor a infusión de hierbas, terminó teniendo una extraña textura a sangrienta.

— ¿Cómo te llamas? — pregunté clavando mi vista en sus chocolatosos ojos; parecía que mi mente se había borrado pero su presencia se me era familiar, como si un fuerte vínculo nos uniera.

— Deja de jugar, bobo — respondió soltando una risa algo aguda y llevando su taza a sus labios, que poco después terminaron manchados de un color carmesí.

— Yo...

— ¿Tú qué papi? — preguntó, esta vez utilizado un tono de voz más grave, fruncí mi ceño ante el repentino cambio de escenario, ya no estábamos en la que era su habitación, ahora parecía ser que nos encontramos en un cuarto frío e inerte de luz.

— ¿Rose, que haces? — pregunté, aunque las palabras habían salido de mí sin ningún tipo de consentimiento, era como si de un momento a otro miles de recuerdos habían inundado mi mente.

Di un paso, escuchando como la madera debajo de mis pies crujía, sus ojos cafés dieron con los míos por unos segundos, aunque aún seguía dándome la espalda, como si me estuviese ocultando algo, algo que no podía ver por la oscuridad que nos rodeaba.

— Tuve que hacerlo papi — susurró con un tono de voz grave, casi como un gruñido. Di otro paso y para cuando mi vista pudo captar lo que su pequeño cuerpo ocultaba, no tuve las palabras para describir tan horrorosa escena. Rose tenía en un su mano una daga y el suelo, al igual que su vestido, estaban manchados de sangre; aunque el impacto no llegó hasta que reconocí la cabellera rubia y el cuerpo sin vida de Catherine.

— ¿Qué hiciste?

— Tuve que hacerlo, ella me dijo que si lo hacía podría descansar paz, necesito paz papi...

Desperté abrumado cuando mis ojos dieron con la calidez del fuego a pocos metros de mí, no fue hasta el momento en que recorrí toda la habitación con mi vista cuando me di cuenta que sólo había sido un sueño, que me había quedado dormido sobre mi escritorio. Mis ojos dieron seguidamente con mis manos y hasta ese momento no me había dado cuenta que mi piel estaba manchada por el carbón de los distintos bocetos que había dibujado dormido.

Eternos II: Almas Eternas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora