XII

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CATHERINE


— Creí decirte que tenías la opción de irte — rompió el silencio su voz, lo vi quedarse de pie a mi lado, pero sin embargo no supe qué contestar. Había pasado un día desde nuestra discusión, y desde el momento en que él salió de la habitación y yo me desahogué llorando por más tiempo del que deseé, no habíamos cruzado palabras. Él se había encerrado en su estudio toda la noche y yo ni siquiera pude pegar un ojo en toda la noche, seguía dándole vueltas a sus palabras, a mis acciones y a pesar de que sabía que yo tenía la culpa de casi todo, sus palabras seguían calando en lo más profundo de mí.

— ¿Quieres que me vaya?

— Sabes que no — respondió después de más tiempo del que deseé —. Pero siento que tú si quieres irte, que estás aquí por las obligaciones que yo impuse en ti.

— No es así Alec — expliqué con dolor —. Siento que estamos en un círculo vicioso que no acaba nunca, siempre es una pelea y una reconciliación, nos decimos palabras hirientes que...

— Duelen — terminó mi frase —. A mí también me duele, me duele la cercanía y lejanía que tenemos a la vez, siento que te acercas y te alejas, que te tengo y luego te me escurres por las manos.

— Todo lo que dices es mutuo.

— Te juro que nunca quise lastimarte, ni con mis acciones o palabras — lo sentí tomar asiento a mi lado a una distancia considerable, sus rodillas estaban flexionadas y sus codos estaban apoyados en ellas —. Tengo tanto miedo a perderte que a veces se me olvida que eres más fuerte de lo que aparentas, se me olvida que también debes vivir y disfrutar.

— Alec...

— No, yo nunca debí haberte obligado a estar a mi lado — rió con amargura —. Hice las cosas tan mal que yo... todos los días me arrepiento tanto...

— Tú nunca me obligaste a nada.

— Claro que sí — suspiró con fuerza —. No intentes justificar mis errores solo por el amor que me tienes, yo sé que me amas, lo sé bien cuando veo tus ojos, cuando veo todo lo que has soportado por mí, y yo no puedo conmigo mismo, siento que no te merezco, nunca lo hice.

— Tú me mereces tanto como yo a ti, Alec — sentencié decidida —. Ambos hicimos cosas mal, ambos cometimos errores, pero... ¿sabes qué? — no dejé que me contestase —. Somos un desastre juntos, y de los mejores desastres salen los mejores amores.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque nunca me había enamorado tanto de alguien como de ti Alec Levinnson — musité fuerte y claro —. Y deberías entenderlo de una vez, nunca te dejaré, somos caos, somos un hermoso desastre, y podemos estar rotos ahora, pero te aseguró que yo uniré cada parte para que volvamos a ser uno.

Eternos II: Almas Eternas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora