XXVII

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CATHERINE

— ¿Quién es la bebé más hermosa de este mundo? — le pregunté a la bebé de mi amiga que se encontraba acostada en una manta sobre el césped de nuestra casa. Gabrielle me había pedido que la cuidase por unas horas y la verdad es que no tenía nada mejor que hacer.

— Se te da bien, eh — murmuró Alec desde la puerta trasera de nuestra casa, él vestía una camisa blanca con los primeros botones desprendidos y unos pantalones negros, se había quitado la corbata y el saco, puesto que recién llegaba de hacer un par de cosas, de las cuales no quiso comentarme nada.

— Esta niña cree que soy un payaso — refuté acomodando mi vestido veraniego —, sino hago cosas chistosas para ella, comienza a llorar.

— Iré a ponerme algo más fresco y le traeré su biberón.

Alec desapareció dejándome nuevamente sola, miré el cielo a través de mis gafas de sol, mientras la bebé jugaba con un sonajero. Era una tarde hermosa, casi veraniega, con el cielo completamente despejado y una suave brisa cálida. Estábamos sentadas ambas bajo un árbol, mientras en la mesita cerca de nosotras había un cuenco con frutas y limonada fresca.

— Pásamela — le tendí a la bebé y él comenzó a darle su biberón como si fuese un total experto, se había quitado la ropa que traía y ahora vestía unos pantalones cortos negros junto con una camiseta blanca. Me quedé en silencio comiendo un poco de fruta mientras veía a Alec dársela de padre, quise reír cuando la bebé le vomitó un poco de leche, pero él ni se inmutó. Era una tierna escena y algo se removió en mi interior al saber que jamás formaríamos una familia juntos, que no tendríamos el placer de crear algo que viniese de nuestro profundo amor. Nunca habíamos hablado de tener niños, pero en algún momento sé que ambos habríamos concordado en tenerlos, y viendo aquella escena sabía que él sería un padre fenomenal. Tal vez mucho tiempo después de mi partida él encontraría a una mujer que lo amase por lo que era y tal vez tenía la dicha de crear una familia juntos.

— ¿Eres niñero en tu tiempo libre? — bromeé luego de que en unos cuantos minutos más la bebé quedara dormida en sus brazos. Había intentando toda la tarde hacerle dormir y había fracasado, luego había llegado él y por arte de magia lo había logrado.

— Me has descubierto — dejó a la bebé en su cochecito, se limpió el vómito y luego se sentó a mi lado dándome un beso —, ¿qué has hecho sin mi hoy?

— Leer, escribir y estar con la bebé.

— ¿Qué has estado escribiendo? — indagó con curiosidad mientras acariciaba el largo de mi brazo — Me encanta como brilla tu piel y la cantidad de lunares que tienes esparcidos.

— Tonterías — respondí a su pregunta —. A mi me gustan tus ojos a la luz del sol.

— Son solo cafés.

Eternos II: Almas Eternas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora