𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟎. 𝐌𝐢𝐚

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CAPITULO 20. MIA
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      TRAS UN PAR de segundos, el rubio entró a la sala de golpe. Mientras Ethan fingía revisar unos cajones y yo tenía la mirada perdida en el fiero vaivén del fuego de la chimenea, Iván nos observó durante un instante, como buscando algo sospechoso, pero al no encontrarlo se acercó a mí.

      —Ethan, ¿te importaría dejarnos solos? —pese a que sus palabras eran cordiales, su tono de voz era hostil. No me preocupé, Iván siempre era así cuando se dirigía al sargento y viceversa.
      —Claro, solo aseguraté de que no tenga que venir a curarla cuando terminéis de hablar —el zarco se burló de la falta de autocontrol de Iván antes de salir, aunque pude notar un deje de preocupación en él.

      Iván gruñó y se sentó a mi lado en el sofá, manteniéndo una distancia prudente. El ambiente se volvió incómodo.

      —¿Necesitas algo? —pregunté—. ¿Tienes hambre?
      —No —respondió en un tono de voz bajo—. Tenemos una conversación pendiente, ¿recuerdas?
      —¿De qué quieres hablar?
      —Hace tiempo que no hablamos, apenas nos vemos y aún no has venido a reclamarme —reflexionó en voz alta.
      —¿Quieres que lo haga? —alcé una ceja, sin mirarlo. El fuego me parecía mucho más interesante.
      —Solo quiero saber... —Se rascó la nuca—, ¿por qué ya no lo haces?
      —Porque me he rendido —confesé—. De hecho, hace tiempo que me rendí contigo.
      —Pero...

      Respiré hondo. Automotivándome para lo que iba a decir a continuación. Si para romper el vínculo que nos unía, necesitaba su consentimiento, era hora de poner las cartas sobre la mesa... o al menos, algunas de ellas.

      —Vamos a dejar de hacernos los tontos —dije, sorprendiendo al rubio—. Es evidente que tú no me quieres en tu vida, sea cual sea la razón —Me hice la tonta e Iván abrió la boca para tratar de replicar, pero lo interrumpí—: No me interesa. Tú no me quieres en tu vida y yo he descubierto que ni te quiero ni te necesito en la mía, así que vamos a hacernos un favor: Yo te dejo hacer lo que quieras y tú me dejas hacer lo que quiera yo. Como si ningún vínculo nos uniese, y tan amigos, ¿de acuerdo?

      Iván me miró con los ojos entrecerrados. No parecía gustarle mi propuesta pero, aún así, lo miré intensamente, dándole a entender que no estaba dispuesta a menos.

      —¿Qué sabes? —preguntó entrecerrándo los ojos, escudriñándome.
      —Yo sé muchas cosas, vas a tener que ser más específico —volví a mirar el fuego.
      —No te pases de lista —dijo rechinando los dientes—. ¿Qué me ocultas?
      —Nada —mentí—. Te estoy haciendo un favor, deberías aprovecharlo.
      —¡No! —Iván se levantó de pronto, obligándome a hacer lo mismo, adoptando una actitud defensiva.
      —¿No? —pregunté. Había imaginado múltiples reacciones para el rubio ante mi propuesta; desde que aceptara con gusto hasta que se entristeciese por quedarse sin cáliz, pero nunca imaginé una reacción tan explosiva.
      —Tú... —murmuró en un gruñido antes de soltar un rugido aterrador—: ¡Tú eres mía!

      Podría jurar que aquel grito hizo tambalear hasta los cimientos de la mansión. Lo siguiente sucedió como a cámara lenta: los ojos de Iván desprendían puro odio, mirándome igual que un lobo hambriento; se me erizó la piel y me eché hacia atrás, sintiéndome igual que un cervatillo; busqué la forma de salir de la habitación, pero en cuanto me giré, el vampiro se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo con fuerza. Había apresado mis muñecas entre sus manos antes de tirarme por lo que di con la cabeza contra las baldosas, completamente inmovilizada y con él sobre mi espalda.
     Grité, invadida por una mezcla de dolor y pánico. Sentí algo líquido recorrer un camino desde la parte alta de mi frente hasta mi sien, haciéndo que me removiese con brusqudad bajo el peso de Iván, pensando que el vampiro estaba babeando sobre mí como ya había pasado algunas veces, justo antes de que me mordiese. Sin embargo, cuando una gota escarlata cayó al suelo, se me heló la sangre. Ahora sí que estaba perdida.

      Iván le dio la vuelta a mi cuerpo, permitiéndome ver las pupilas de sus ojos ambarinos completamente dilatadas, hambriento. El vampiro volvió a inmovilizar mis muñecas contra el suelo en cuanto intenté huir. Pese a su apariencia enclenque, era incapáz de quitármelo de encima, por mucha fuerza que hiciese.

      Cerré los ojos con fuerza cuando se inclinó sobre mí y lamió la sangre que emanaba de la herida que me había hecho en la cabeza al impactar contra el suelo, de forma lasciva. Un quejido desagrado escapó de mi garganta involuntariamente y eso pareció enfadarle ya que reafirmó el agarre de mis muñecas, acomodándose a horcajadas sobre mi cuerpo.

      —¿No era esto lo que querías desde el principio? —preguntó con burla, sintiéndose poderoso al tener el control de la desagradable situación—. ¿No querías que estuviese siempre contigo? ¿Que te hiciera mía?

      Mi cara reflejó una expresión de horror que le hizo soltar una carcajada.

      —¡Quiero que me dejes en paz! —grité con toda la fuerza de mis pulmones. Rezaba por que alguien viniese y me lo quitase de encima.
      —Eso no va a ser posible —me susurró al oído—. Ya te lo he dicho: tú eres mía.

      Seguido de esto, incrustó sus colmillos en mi cuello casi de forma desesperada, haciéndome sentir como se me desgarraba la piel ante la fuerza inflingida. Succionaba con ahínco, haciendo salir más sangre de la que era capaz de beber. El líquido escarlata que escapaba de sus labios y escurría por la longitud de mi cuello era atrapado segundos más tarde por su lengua impúdica, lamiéndo desde detrás de mi oreja hasta mis clavículas.

     Yo no paraba de gritar que se detuviese, que ya era suficiente. Traté de razonar con él, recordándole que más tarde iba a arrepentirse de lo que estaba haciendo, pero nada funcionaba. Él continuaba recorriéndome con su lengua, cada vez con más ímpetu, y a mí ya no me quedaban fuerzas más que para sollozar. Haciendo caso omiso de mis lamentos, el vampiro agarró el cuello de mi vestido con una mano mientras me inmovilizaba con la otra, y tiró con fuerza de la tela, arrancándola y dejándome completamente desnuda de cintura para arriba. Chillé, aterrada.

      El rubio lamió la zona entre mis pechos, haciéndome sollozar y gritar con más fuerza.

      —¡Iván, basta! —grité con energías renovadas—. ¡Aún estás a tiempo de parar!

     Pero aquellas energías desaparecieron en el momento en el que el vampiro volvió a clavar sus colmillos, justo debajo de mi clavícula, repitiendo el mismo proceso que cuando me mordió el cuello hace unos segundos. La sangre que escurría de la herida dibujó el contorno de mis pechos.

     Lloraba en silencio, incapaz de hacer algo más. Murmurando la palabra «basta» una y otra vez sin resultados. Cuando Iván volvió a beber de mí, incrustando sus colmillos en mi hombro desnudo, me desvanecí.

𝔗𝔢𝔫𝔱𝔞𝔠𝔦𝔬𝔫; 𝔈𝔱𝔥𝔞𝔫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora