𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟐. 𝐏𝐞𝐬𝐚𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬

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CAPITULO 22.
PESADILLAS
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      EMPECÉ A SUBIR las escaleras hacia mi habitación, esta vez de mejor humor que antes, cuando me detuve al escuchar quejidos provenientes del otro lado del pasillo. Reconocería esa voz donde fuera. Avancé con rapidez en dirección al cuarto de Ethan y abrí la puerta sin siquiera pararme a llamar.

      El sargento se retorcía en la cama, tirándo de las sábanas con desespero; sudando y gritando frases que no llegaba a comprender del todo. Me incliné sobre su cuerpo para agarrarlo por las muñecas, con la intención de que se estuviese quieto antes de que se hiciera daño, pero empezó a forcejear conmigo sin dejar de gritar. Parecía dar órdenes en finés.

      —Ethan —lo llamé—. ¡Ethan!

      Empecé a sacudirlo, sin dejar de llamarlo. Cada vez se agitaba más hasta que, de pronto, despertó de un sobresalto. Parecía desconcertado, miraba hacia todas partes y a través de mí, como si no reconociese donde estaba. Ya no se retorcía, pero había comenzado a hiperventilar.

      —Ethan —volví a llamarlo, en vano—. Ethan, mírame. Estás en casa. Conmigo. A salvo.

      Tomé sus grandes manos entre las mías y se las apreté, llevándomelas al pecho. El albino seguía mirando a su alrededor. Su semblante se endureció al reconocer su entorno, volviendo a adoptar esa expresión de hastío vital que tenía desde que lo conocí. Cuando sus ojos por fin repararon en mi presencia, me miraba con un semblante tan serio que pensé que se había enfadado conmigo por despertarlo así que le dediqué una sonrisa apenada que no me duró más de unos segundos en el rostro ya que, sin previo aviso, Ethan se echó a llorar.

      Los ojos se le habían aguado hasta desbordarse en apenas un parpadeo. Sin comprender qué estaba pasando, lo abracé con preocupación y él escondió su cara en mi torax, devolviéndome el abrazo con fuerza, como un náufrago a un salvavidas. Su llanto retumbaba en mi pecho, haciéndolo vibrar y partiéndome el corazón. Recordé con pesar que algo parecido sucedió hace no mucho, cuando, entre gritos de desesperación, me contó el trágico final de su madre. Le acariciababa la espalda y el pelo suavemente y con lentitud mientras le susurraba palabras dulces al oído, tratándo de calmarlo.

      No sabía si habían pasado horas o lustros, pero poco a poco fue quedándose sin lágrimas. Agotado de tanto llorar, volvió a acostarse en la cama y yo con él. Con la respiración aún algo agitada se acurrucó sobre mi pecho, abrazándome como si fuera un niño. Volví a enredar mis dedos entre su cabello, acariciándole la cabeza con infinita ternura. Cuando el albino pudo volver a respirar con tranquilidad, habló:

𝔗𝔢𝔫𝔱𝔞𝔠𝔦𝔬𝔫; 𝔈𝔱𝔥𝔞𝔫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora