| Treinta y dos |

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Cuando Daxwell se fue, ni siquiera intenté ir a la cama. Esperé un poco antes de salir por la puerta de mi departamento también. Me agarré de la valentía que corría por mis venas en esos momentos y conduje hasta sus departamento.

Tengo miles de cosas con las que lidiar después de lo que acabo de hacer. Mucho a lo que enfrentarme desde ahora, y lo será mucho más si es que al final resulta que mi vida es una completa mentira.

Sin embargo, en este preciso momento, lo que tengo en mente no tiene nada que ver con mi pasado, ni con mi padre o él escándalo que se formará al deshacer un falso compromiso que se anunció hace una semana.

Lo único en lo que puedo pensar, es en Hutsh.

Pero cuando detengo el auto en la calle y camino hasta la puerta del edificio, no soy capaz de entrar. Me quedo en la entrada bajo la espesa lluvia que cae en la madrugada mirando el interior incapaz de moverme.

Me consideraba una persona valiente al principio. Lo creí porque atravesé muchas cosas luego de despertar sin saber nada. Porque comencé a vivir nuevamente, y sigo adelante pese a cuanto me cuesta a veces.

Pero cedi ante el miedo mas ridículo.

Me costo tanto poder comenzar, que cuando me di cuenta de que tendría que hacerlo nuevamente, retrocedí. No quería pasar por eso nuevamente.

Por alguna razón pensé que si viví de esa manera por cinco años, podría hacerlo por lo que me quedara de vida.

No era tan malo.

Y dentro de todos los males, uno siempre elige el que menos le hiere.

Pero por no herirme a mí misma, estaba dejando que sufrieran los demás.

¿Qué mierda de persona me hace eso?

La peor, sin dudas. Y estoy segura de que esa, exactamente, no es la que él conoció, ni con la que le gustaría estar.

Hutsh esperó por mi hasta que se dio cuenta de que lo estaba hiriendo. Y yo me fui de su casa sin responder nada a su declaración. En otras palabras, puede que incluso en este momento ya sea muy tarde. Por eso, aun contra mi deseo de volver a casa a refugiarme de mi miedo, lo tomo y me lo echo al hombro junto con las inseguridades y lo poco que me queda, e ingreso finalmente al edificio.

Aun con la posibilidad de que al final de la noche esté mucho peor de lo que estoy ahora.

Necesito saber que al menos lo intente. No me gustaría obligarlo a nada que él no quiera, nada que no sienta, pero mentiría si dijera que no espero que lo haga. Egoístamente, espero de verdad que pueda perdonarme, que volvamos a cuando aún no lo alejaba de mi vida.

Toco su puerta temblando bajo mis ropas mojadas, con las manos tan frías, que me duelen los nudillos con cada golpe. Pero no me detengo, porque no considero la opción de llamarlo. Temo que se si sabe que soy yo, no quiera responderme.

Sigo tocando en intervalos de minutos, y no me detengo hasta que recibo respuesta.

Del otro lado me encuentro con él, vestido con una pijama de franela de camiseta azul y pantalones a rayas. Lleva el pelo anaranjado revuelto, evidentemente lo he sacado de la cama, lo cual es obvio, porque son pasadas las tres de la madrugada. Su rostro enseguida se contrae con preocupación. No lleva lentillas, el azul y el amarillo de sus ojos se ven oscuros bajo la leve luminosidad del pasillo.

—¿Cash? ¿Estás bien?

—No— me paso la mano para apartar el cabello que se me pega a la mejilla y me encuentro con una lagrima. Aún estoy temblando, pero no de frio.

La velocidad del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora