| Catorce |

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Pocas veces me enfermo. Tengo un estado de salud verdaderamente fuerte. Lo cual agradezco, porque amnesia y cuerpo susceptible hubiera sido un verdadero chiste. Pero, cuando de verdad me llega el momento, es de esos que te hacen recordarlo, completamente memorable.

Cuando me levanté este mañana de la cama y sentí que me comenzaba un gran dolor de cabeza y un malestar en la garganta, debí saber que no era el mejor día para venir a trabajar. Pero hey, ¿Quién demonios se queda en la casa por un simple dolor de cabeza? Estoy segura de que si hubiera llamado a Luca para decirle que no podía ir a trabajar porque «No estoy mal pero sé que voy a estarlo», no habría sido suficiente excusa, y ningún jefe en el mundo te dice «Claro, querida. Tomate el día y recupérate de ese refriado que aún no comienza». No pasa.

Así que tomé mi trasero, lo senté dentro de mi nuevo auto, y vine a trabajar como cualquier persona normal con un poco de gripe. Pero poco después de terminar la primera escena el malestar solo empeoró. Para entonces la garganta me picaba, el dolor de cabezas no había pasado con ninguno de los medicamentos que me había tragado, y ni siquiera tenía apetito, siendo que no probé mi almuerzo.

Me apoyo en la silla cuando escucho a uno de los hombres anunciar el corte de la escena para poder mover el escenario. Los chicos se dispersan entre risas y bromas.

Zero le tira una broma a Kurtz y Hutsh, mientras que los actores famosos, por su parte, se dispersan hacia otro lado. Siempre manteniendo esa distancia profesional. Se acercan un poco a la orilla para que las maquillistas le retoquen lo que crean que haga falta.

—¿Estas bien?— la mirada ahora verde de Hutsh se posa en la mía. No hay rastro alguno de burla en su cara. Cualquier chiste que se estuviera llevando a cabo hace minutos atrás, es agua pasada.

—Si, claro.

—Oh, no Cash. Tendrás que esforzarte más que eso si quieres que me trague la mentira.

—No es una mentira.

Una de las chicas se acerca a él con una silla y le pide que se siente porque tienen mucha altura de diferencia. Él hace lo que le pide sin despegar sus ojos de los míos. Lo veo levantar la barbilla y cruzarse de brazos, pero no de forma demandante, si no más bien como si estuviera intentando no reírse de mí. Parece un padre escuchando las mentiras de su hija cuando ya sabe toda la verdad. Creo que lo intenta, pero él jamás deja de actuar como uno. La chica le comienza a ordenar el peinado.

—Solo por si lo has olvidado. Tengo una hija, y he pasado estos últimos cuatro años y medio interpretando todo tipo de caras para saber qué demonios estaba mal con ella. Desde cuando no sabía hablar, hasta cuando intentaba ocultarme el dolor de estómago para que la dejara comerse un chocolate más. No puedes engañarme.

—¿Por qué crees que me sucede algo?

—Sueles andar de aquí para allá. Siempre sonríes, y comentas cosas con los demás, y jamás te sientas— alza una de sus comisuras. —Ni siquiera entre escenas.

Alzo una ceja pero no hago mención de cómo parece haberse dado cuenta de cosas que ni yo noto de mi misma.

Al final suelto un suspiro. —Solo quizá me duele un poco la garganta.

—Va a darte fiebre.

—¿Que?

—Que creo que es mejor que te vayas a casa. Va a darte fiebre.

—No va a pasar.

—Estas pálida. Tienes las mejillas sonrosadas, y poco a poco comienzas a sudar.

La velocidad del vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora